La humildad es una de las características más honorables y poderosas de una persona. Humildad significa tener un corazón amable ante la vida y todo lo que nos da.
Las personas de ojos altivos quieren a toda costa ser geniales, construyen vidas a través de las apariencias solo para ser admirados por otros, se engrandecen con los comentarios positivos y pueden convertirse en dragones furiosos si acaso reciben una crítica.

Pero la persona de corazón humilde practica la gratitud, la sinceridad y la integridad. No necesita aparentar, está contento con lo que es y lo que tiene y trabaja por ser mejor cada día. Por eso, con plena mansedumbre acepta la corrección, no cree ni siquiera estar cerca de la perfección y admite sus errores.
Las personas arrogantes suelen lastimar a quienes les rodean aun sin darse cuenta. Y a causa de ello, pierden a personas muy valiosas en su vida. Pero el humilde, perdiendo, siempre gana.
Una persona humilde no tiene miedo de admitir que se equivocó, no le interesa en lo más mínimo aparentar que sabe algo, prefiere admitir su ignorancia para adquirir el conocimiento. Una persona humilde no siente la intensa necesidad de llenar los zapatos de nadie, se siente plena con sus propios ideales y metas y los va ampliando en el camino, pero no se siente presionada a cubrir estándares.

No todos somos la viva imagen de la humildad, en algún punto, todos somos arrogantes y la vida de alguna manera siempre nos lleva a aprender lecciones de humildad, solo que algunos deciden ignorarlas. Sin embargo, el mejor esfuerzo que podemos hacer cada día es aprender a ser un poco más humildes.
En la humildad hay genialidad. Las personas humildes son prácticas, no buscan problemas, valoran lo que tienen y a quienes tienen, por eso son personas agradables con las que cualquiera querría compartir. No importa cuánto quiera fingir una persona arrogante, al final termina alejando a las personas y perdiendo la oportunidad de hacer amigos reales.
Las personas con humildad tienen una sabiduría especial para compartir con el mundo. Vivimos por gracia, todo lo que tenemos es inmerecido y en este mundo no estamos para exigir, sino para agradecer. Los humildes lo entienden. Pero el ser humano por naturaleza es arrogante, nos toca combatir esos bajos deseos y aprender a ser cada día más humildes y agradecidos.

Las personas realmente grandes tienen humildad en sus actitudes porque saben reconocer sus errores, valoran la amistad, el amor, la familia y en definitiva a las personas, tratan a todos como iguales y buscan aprender de todos, aprecian la simplicidad de la vida y saben que cada día es una oportunidad para ser mejores.
Hay que abandonar el ego y el sentimiento de superioridad para convertirse realmente en una persona grande. Jesús dijo que el más pequeño de los siervos es el más grande en el Reino de los Cielos.