Cuando nos enamoramos jóvenes siempre el amor es más intenso, nos ilusionamos más rápido y somos más susceptibles a los problemas que tenemos con nuestra pareja. Pero a medida que vamos teniendo más edad, nuestra forma de ver las cosas cambia y con ello también nuestra forma de amar.La vida está hecha de etapas, nuestros gustos cambian con el tiempo, si antes algo nos llamaba la atención, hoy quizá lo vemos como algo intrascendente… A medida que vamos madurando, entendemos el amor de otra manera, más profunda y algunas veces, más sencilla. Nos formamos conceptos más claros de lo que representa el amor para nosotros, qué es lo que realmente tiene importancia y qué es lo que se espera en una relación.
En esto ayuda mucho el tiempo que nos enseña a ver con los ojos del corazón, a apreciar lo auténtico, a vibrar desde lo más profundo, nos sentimos más libres de expresar nuestros sentimientos desde nuestro propio ser.
La experiencia solo nos sirve para darnos cuenta de qué era o no trascendental, no nos sirve de nada extrañar lo que vivimos en nuestro pasado, nos genera nostalgia y tristeza, pero sí nos sirve para ver qué tanto aprendimos.Parte de ese crecimiento implica dar un amyor valor a cada una de las cosas que vivimos, que podamos apreciar la esencia del otro y aceptarlo con virtudes y defectos, que podamos a través del amor dar lecciones de vida.
Siempre podemos ser mejores, cada vez que nos conozcamos y nos conectemos más a nosotros mismos, tendremos mayores probabilidades de enamorarnos de lo profundo, de lo que va más allá de lo que creemos desconocer.
Fuente: Rincón del Tibet