Cuanto quisiera que los “te amo”, fueran sinónimos de los “para siempre”.
Para que el tiempo no sea una amenaza, sino un mito.
Para que la costumbre ya no prevalezca por encima del romance.
Para que ese furor de un corazón enamorado se mantenga vivo desde que nace.
Cuanto quisiera que los “siempre te voy a querer”. Fueran al menos creído por quienes lo dicen.
Pero siempre, es lo mismo.
Siempre estamos con la guardia en alta ante las promesas de quienes dicen amarnos y prometen más allá del tiempo.
Siempre estamos carentes de entregarnos por completo sin temor.
Siempre estamos deseando que alguien nos haga ver la vida de manera distinta.
Y siempre, es lo mismo.
Siempre acaba, de golpe, impredecible y de forma estruendosa.
No se va un amor sin hacer desorden, caos y provocar desdicha.
Siempre lo hace pateando puertas, gritando y maldiciendo.
Siempre diciendo que creía que iba a durar “para siempre”.
Es lo que sucede, cuando se ama solo con el corazón y olvidamos usar el cerebro.
Se nos olvida que, los “para siempre” no duran más de un segundo.
Se nos olvida que, querer para siempre, solo es cosa de un instante, a veces prevalece en un breve beso, en un abrazo o en una mirada que se mantuvo no más de dos segundos.
Se nos olvida que, si las cosas realmente duraran para siempre, no habría prisa por hacerlas.
Entonces, si es así, si el tiempo es el que nos obliga a desear que las cosas duren para siempre,
Si el tiempo es el que nos empuja a buscar con premura al amor, entonces, prefiero que nada dure para siempre.