Para quienes han tenido la dicha de enamorarse, es sabido que el amor es un néctar prácticamente imposible de atrapar.
Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única”, de Jorge Luis Borges.
Una de las características del enamoramiento es que creemos que, tanto nosotros como nuestro amor, permanecerá intacto hasta la eternidad. Sin embargo, nos guste o no, la propia existencia es una sucesión de cambios constantes. Nuestra vida se ve invadida continuamente por acontecimientos que remueven los cimientos de la tranquilidad lograda. Aparecen las crisis, los conflictos, los desequilibrios emocionales, todo se mezcla, se confunde en el caos y la embriaguez del enamoramiento.
El amor es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un horrible precipicio. Stendhal
Las crisis, si no sabemos tolerarlas, pueden ser destructivas, pero si aprendemos a crecer a través de ellas pueden enseñarnos a amar más y mejor. Una pareja se elige mutuamente en un momento particular de sus vidas, que los distingue por tener ciertos gustos, ideas y valores, así como conflictos y anhelos propios de la etapa en que se encuentran. En la relación se definen roles, tareas y modos de vincularse, donde cada uno se acomoda a las características del otro, potenciando algunos aspectos de sí mismo y postergando otros.
Amar no es mirarse el uno al otro; es mirar juntos en la misma dirección. Antoine de Saint-Exupéry
El paso del tiempo irá cambiando a los enamorados, pero no siempre en el mismo sentido, roles que antes se desempeñaron con placer, ahora pueden ahogar. Tareas que se delegaron con gusto en el otro, hoy quizás se quieren recuperar. Lo que primero se vivió como oportunidad, en este momento puede sentirse como un freno, todo varía y van quedando los recuerdos.
Hasta que un buen día todo comienza a fallar y las insatisfacciones ya no pueden esconderse. Diferencias que antes no importaban, se transforman en incompatibilidades graves. Lo que antes hacía brotar lo mejor de cada uno, ahora envenena. Los desencuentros pueden llevar al deterioro de la afectividad, a la falta de interés por lo que el otro está viviendo y a la amplificación de sus defectos. O también a sentir que cada día se tiene menos en común, que la pareja impide el propio crecimiento o que se fue quedando atrás. Lo que antes fue amor y pasión, se ha vuelto cariño y rutina y de alguna manera, la relación se alimenta de los recuerdos construidos, de lo que fue y lo que deseamos y ya no está.
Toda crisis, aunque parezca una amenaza, es expresión de crecimiento. De la vida que cambia y que nos cambia, y de la dificultad de irse poniendo al día el uno con el otro. Es señal clara de un desajuste que exige transformaciones.
Cada relación personal que establecemos hace sacar a la luz algo de lo que somos y dejar otro tanto en las sombras. Una relación sacudida por una crisis no puede quedarse como estaba antes, porque se destruye, es una oportunidad valiosa de renovarse y replantearse las cosas, en conjunto.
Sin embargo, muchas veces todo termina en ruptura y en ocasiones pensamos elegirnos nuevamente a pesar de todo. Muchos quizás no lo logren y busquen otro camino, el caso es estar conscientes de que esto no significa que encontraremos un panorama diferente al que nos hizo partir, aunque sigamos enamorados de los recuerdos. Toda relación requiere reinventarse, pero siempre buscando un camino fresco y nuevo.
Por: Marvi Martínez – Rincón del Tibet
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