Algunas mujeres suelen enamorarse de hombres comprometidos, que ya tienen una mujer y compañera de vida, hombres que están casados y son prohibidos… Y que ahora juran y perjuran amar a su amante escondida. Los hombres le perjuran amor a “la otra” y ellas se los creen, al punto de sentirse dueñas de ese hombre que ya tiene alguien que le espera en casa para, al igual que a ti, enamorarle con las mismas palabras.
En realidad, mucha de las “otras”, se suelen enamorar honestamente y se vuelven víctimas en un triángulo siniestro donde el dueño del juego es el marido. Él determina quien gana y quien pierde, pero nunca se considera a sí mismo un perdedor… Hasta que sucede.
En pocas y raras ocasiones, las dos víctimas o, a veces, no tan víctimas, se ponen en un mutuo acuerdo para desmantelar el triángulo y así destruir al dueño del juego. El triángulo no es construido solo por el marido, ya que la otra también forma parte de la fundación de este juego macabro.
Cuando eres la amante, eres “la otra”. Es una palabra horrible pero que define bien lo que es creerse dueña de alguien que ya posee un anillo en su anular. Tontamente, si te enamoras, tienes las mismas posibilidades de perder que si no lo haces. La otra suele ser quien pierde, pues un hombre pocas veces arriesgaría su estabilidad dentro de la relación por alguien que solo ve como un amor pasajero.
Y de arriesgarse e irse con su amante, nadie le asegura a “la otra” que él no le hará lo mismo a ella, así que, por donde lo veas, “la otra” siempre pierde, mientras que el marido tiene la posibilidad de recuperar su matrimonio y la esposa, la verdadera dueña de ese hombre, tiene la potestad de decidir el destino final de la relación, haciendo que pase de ser víctima, a juez.