La única relación que no podemos perder, es la que tenemos con nuestra madre.

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Cuando en la niñez hubo un conflicto con nuestra madre, este permanece incluso, pasada la adultez. Muchos de estos conflictos se dan por mera “malcriadez”. Porque nuestra madre no sucumbió a ciertos deseos y porque siempre veló por nuestro bienestar.

Pueden pasar años hasta reconocer la razón real de por qué batallamos con nuestra madre. Es difícil que una hija diga “Sí, vale, mi madre no puede complacerme en todo lo que le pido, porque no puede, o porque quizá, eso que yo quiero, no me conviene”. Es en la adolescencia, cuando la relación con nuestras madres, debe fortalecerse lo más posible.

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Es en esta etapa en que las madres deben conversar con sus hijos de la manera más clara y sincera posible, hasta hacerles caer en razón del “por qué hacemos lo que hacemos”. Evitemos el típico discurso de “Cuando seas madre lo entenderás”. Esto es solo una forma de librarse de las explicaciones que tu hija merece escuchar.

Porque a veces no basta con decir que “no”. A veces, tus hijas te preguntarán, “Por qué no”, y más vale tener una respuesta, porque privar a nuestros hijos de todos sus deseos, solo porque no nos viene en gana, y no porque haya una verdadera razón verdadera, es peligroso.

La relación madre hija, debe ser lo más cercana posible. Dicha cercanía se da, permitiendo que las hijas tengan libertades, pero no que sucumban al libertinaje. La libertad de los niños y adolescentes, al igual que la de los adultos, se mide por la capacidad de acción y elección sujetos a una responsabilidad.

Es decir, demos la libertad a nuestros hijos de hacer lo que quieren, siempre y cuando, ese “quehacer”, venga sujeto a la responsabilidad y sea ejercido con conciencia. En la medida que conversamos con nuestras hijas, ellas van comprendiendo por qué algunas cosas se les son permitidas, y otras no, pero si decidimos simplemente negar todo por temor a verla lastimarse, entonces no estamos criando una hija, sino una mascota.

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Suena mal y grotesco, pero es que, lastimarse, es parte de la vida. Dejemos que nuestras hijas se equivoquen y que sufran las consecuencias con la misma responsabilidad que ellas en algún momento, tomaron una decisión equivocada.

Recuerda, no se trata de dejarla hacer lo que le dé la gana, sino de permitirle tener una vida propia, que aprenda por ella misma y guiarle en cada decisión que tome. Y en caso de que una de esas decisiones no le ofrezca ningún bien, entonces, ahí si podremos intervenir, explicando el por qué no dejamos que haga eso que ella quiere.