Gabriel García Márquez dijo una vez “La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener”. Cuánta razón en una sola frase.
Y es que, no hay cosa más dolorosa que ver sonreír a esa persona y saber que no es por ti la razón de su alegría.
No nos mintamos, siempre nos llenamos la boca con el “No importa si no es conmigo, solo quiero verle feliz”. Pero si importa, importa mucho, importa tanto que duele, carcome y quema el corazón.
Duele ver que esa persona tiene su felicidad depositada en alguien más.
Duele ver que, aún estando cerca de ti, no puedes refugiarte en el sabor de sus labios para calmar las ansias de quererla.
Duele ver que su corazón grita otro nombre cada vez que late.
Y, duele ver que a pesar de que lo sabe, no le importa un carajo.
Porque cree consolarnos con un “te quiero mucho, pero como amigo”.
Piensa que es suficiente un beso en la mejilla cuando por dentro, morimos por hacerle el amor cada vez que nos mira a los ojos.
Considera que sería una falta de respeto jugar con nuestro corazón, y quizá, sea en eso lo único que tiene razón.
Pero no sé que dolería más, si pasar toda una vida a su lado sin poder tratarle como algo más que una amiga, o dejar que juegue conmigo solo por un rato, solo por unos meses, solo por unos años, para poder saber qué se siente tenerle al lado y saber que, en algún momento, tuve el derecho de darle algo más que unos simples besos en su mejilla.
Sí, es masoquista y enfermizo.
Es un ataque al amor propio.
Es todo lo contrario al tener dignidad.
Es decadente.
Pero cuando un hombre se enamora, se desprende de orgullos, amores propios, respetos hacia sí mismo y, en definitiva, queda desnudo de cualquier razonamiento por la mujer que ama… Incluso, cuando ella no le corresponde, incluso, cuando la tiene al lado y sabe que nunca le podrá tener.