En el momento que nacemos, no tenemos una conciencia exacta de las personas que nos rodean, pero, a medida que vamos creciendo y comprendiendo, nos vamos dando cuenta de la unión que tenemos con una serie de personas con las que compartimos su sangre, sus genes.

Una familia que nos hará encajar en sus mundos particulares, en sus modelos educativos, que intentarán inculcarnos sus valores, más o menos acertados.
Esta vida está basada en generaciones, lo que quiere decir que todas las personas del mundo tienen una familia. Tener una es algo fácil: todos tenemos un origen y unas raíces. No obstante, mantener una familia y saber cómo construirla, alimentando el vínculo día a día para conseguir que esté unida, es más complicado.
Por lo general, todos contamos con madres, padres, hermanos, tíos, entre otros. Por supuesto, hay casos particulares, como en todo, que, por diversos motivos y circunstancia de la vida, existe la ausencia de alguno de estos miembros. En ocasiones grandes núcleos parentales con miembros que, posiblemente, hayamos dejado de ver y tratar.
La verdad es que en ocasiones sentimos casi una obligación «moral» por llevarnos bien con ese familiar con quien compartimos muy pocos intereses, y que tantos desprecios nos ha hecho a lo largo de nuestra vida.
Puede que nos una la sangre, pero la vida no nos encaja con ninguna pieza, así que el alejarnos o mantener un trato justo y puntual no debe suponernos ningún trauma.
En ocasiones se tiende a pensar que ser familia supone compartir algo más que la sangre o un mismo árbol genealógico. Hay quien casi de modo inconsciente, cree que un hijo debe tener los mismos valores que los padres, compartir una misma ideología y tener un patrón de conducta semejante.
Hay padres y madres que se sorprenden de lo diferente que son los hermanos entre sí. Es como si dentro del núcleo familiar tuviera que existir una armonía explícita, ahí donde no haya excesivas diferencias, donde nadie deba salirse del «patrón» y todo esté controlado y en orden.
Sin embargo, algo que debemos tener claro es que nuestra personalidad no se trasmite genéticamente al 100%, se pueden heredar algunos rasgos, y sin duda, el vivir en un entorno compartido nos hará compartir una serie de dimensiones. Pero los hijos no son moldes de los padres, ni éstos van a conseguir nunca que los niños sean como ansían sus expectativas.
La personalidad es dinámica, se construye día a día y no atiende a las barreras que, en ocasiones, intenten alzar los padres o las madres. De ahí en ocasiones que aparezcan las habituales desilusiones, los encontronazos, las diferencias.

Para crear un vínculo fuerte y seguro a nivel familiar, deben respetarse las diferencias, promover la independencia a la vez que la seguridad. Hay que respetar la esencia de cada persona en su maravillosa individualidad, sin establecer límites, sin sancionar cada palabra y cada comportamiento.