El corazón habla, piensa y juzga. Y, erróneamente, tenemos la creencia de que, seguir al corazón a ciegas, es la mejor elección para ser felices. No, alguien que sigue a su corazón por caminos desconocidos, sin prestar atención a la razón, es un idiota.
Veámoslo de esta forma: Debe existir un equilibrio entre las emociones y las buenas decisiones, a eso se le llama, “inteligencia emocional”. Debemos poder dominar aquello que surgen desde el centro del pecho y que aclama a gritos hacer cosas sin tener en cuenta, el riesgo que puedan acarrear.
Este mismo control, debemos aplicarlo cuando pasamos por una ruptura amorosa. Tenemos que tener la fuerza y el valor, para callar los pensamientos de nuestras emociones. Cuando pasamos por una decepción amorosa, es inevitable que la tristeza, el desánimo y la nostalgia, tomen las riendas de nuestra vida.
La inteligencia emocional, se trata del manejo de estas emociones, e incluso, de las buenas también. Debemos evitar que nos lleven a esos caminos desconocidos que habíamos mencionado. Es en la razón, que el corazón encuentra un propósito para sanar. El sumergirse en los recuerdos, en los “qué hubiese pasado sí”, en la vivencia del pasado y la no aceptación del final de una relación; dificultan e empinan aún más el camino hacia la paz y la tranquilidad.
Callemos cada latido que grita el nombre de la persona que nos partió el alma. Pongamos una mordaza en el dolor del pecho y tomemos el control de nuestra vida. Mirando hacia el futuro, aceptando que el pasado es inservible y reconociendo que, cuando una puerta se cierra, otras miles se abren, es cómo podemos sanar el corazón mientras le ponemos en silencio.