A veces vivimos momentos o situaciones en las cuales nosotros mismos somos los responsables de ello, pues está en nosotros cambiar el panorama poniendo un punto y final. Y es que esto puede resultar como uno de los aprendizajes más complicados y difíciles de la vida.
Decir adiós, aceptar que las cosas no son como nos gustarían que fuese, que la vida no siempre nos dará eso que queremos o a quien queremos, que esa persona ya no estará con nosotros y recomponernos no es nada fácil, pero tampoco imposible.
Cuando aceptamos que algunas historias llegan a su fin, o que simplemente algunas personas ya cumplieron su ciclo de estadía en nuestra vida, justo en ese momento hay muchas heridas que curar, mucho que procesar, y es aún más difícil cuando se termina una relación.
Se trata de un proceso de reconstrucción que necesita su tiempo, ya sea por decisión propia como por parte de otra persona. Lo importante es, poco a poco, atravesarlo, para ir renaciendo de nuevo. Solo el tiempo es el encargado de sanar todo.
En las relaciones y la vida amorosa, amar es extraordinario, pero mantener viva la llama del amor no es tan sencillo. Lo más importante es permitirnos experimentar este sentimiento de manera sana y, si es posible, hacer que perdure en el tiempo.
Pero cuando ya queda poco por hacer. Dar por terminada una relación es una decisión importante y difícil, como lo es también prolongarla, a pesar de ser consciente de la infelicidad que proporciona, pues carece de sentido intentar imponer los sentimientos y obligar a alguien a seguir en una relación contra su voluntad.
Para aprender a cuando saber un punto y final, debemos identificar algunas situaciones o circunstancias:
- La sensación de inseguridad que uno siente, bien respecto a la otra persona, a sí mismo, a su vida o a su futuro.
- La insatisfacción y frustración que supone seguir viviendo de la misma manera, como si se fuese prisionero de algo irremediable, o fuese a ahogarse, y cuando no es posible llegar a un punto de encuentro en las diferencias.
- El dolor producido por situaciones que ya nada tienen que ver con el amor, sino con la falta de respeto o la humillación.
Estas y otras situaciones son señales de alerta para saber cuándo marcharse definitivo.
Lo cierto del caso es que, a veces las cosas se salen de control y pueden suceder cosas inesperadas, trayendo resultados inimaginables, historias que jamás pensamos llegarían a su fin, pero, en esos casos, en vez de poner puntos suspensivos, debemos aprender a aceptar que en verdad deberían de tener uno, un solo punto y final.