A menudo se confunde el amor con la valoración. “Si no están orgullosos de mi, ya no me quieren” es una creencia que aparece sobre todo en la infancia. Creer que tus padres van a dejar de quererte porque les has decepcionado haciendo algo que no debías, y es que los padres, sin ser ellos conscientes, dan mensajes ambiguos en los que mezclan el cariño con el orgullo, por ejemplo mostrando su afecto unicamente después de que su hijo logre un objetivo “¡Qué bien que hayas sacado un sobresaliente, cuánto te quiero!”
El problema viene cuando los padres expresan su afecto sólo cuando el niño hace algo bien y por el contrario se lo retiran cuando no cumple con sus expectativas “No me hables, no quiero saber nada más de ti. Me ha molestado que no hayas recogido tu habitación”. Mensajes de este tipo, pueden dar lugar a malos entendidos, haciendo creer al niño que tiene que ganarse a pulso el afecto de los demás.
Es por eso que cuando una crece y tiene una relación con una persona, la persona esconde partes de sí misma que considera problemáticas, como fallos, ignorancia, miedo, incertidumbre, vulnerabilidad, etc. Cuando inevitablemente alguien percibe esa debilidad, se dan diferentes reacciones, que se mueven entre la acogida y el rechazo. Lo primero ayuda a curar la herida emocional, porque la persona siente que no pasa nada, que a pesar de sus limitaciones la quieren igual. Lo segundo provoca cierto dolor, porque vuelven a tocar su herida, la cual escocerá más o menos en función de cómo se haya curado (¿sigue infectada o ya sólo queda una cicatriz?).
Aunque dicho mensaje tenga mayor calado emocional si procede de los padres en la infancia, no ocurre siempre así y dicha confusión puede generarse en otro tipo de interacciones significativas, como la relación de pareja o la amistad.
Relación de pareja
El enamoramiento se basa en un afecto más condicional, porque inicialmente te enamoras de una persona por sus características (personalidad, intereses, atractivo, etc.), pero más adelante suele ser el vínculo que se establece, el que mantiene ese amor. Si el vínculo está basado en actitudes sanas como el respeto, la complicidad o la naturalidad suele ser un amor fuerte, resistente a las imperfecciones.
Relación de amistad
Cómo en la pareja, la relación con amigos es más exigente en un principio, pero puede ganar profundidad si a lo largo del tiempo han predominado actitudes como la complicidad, la honestidad, el apoyo o la lealtad. Habrá diferentes tipos de amigos en función de lo que cada uno dé y reciba: están los conocidos; los amigos con los que compartes momentos pero sin llegar a implicarte del todo; y están los amigos que están a tu lado en tus momentos buenos, pero también dan el callo en los momentos malos.
No podemos olvidar que cada persona es un mundo y que por eso no todos quieren de la misma manera. Nuestra personalidad condicionará en gran parte nuestra forma de querer: si somos superficiales nos quedaremos sólo con el envoltorio, si somos generosos daremos mucho de nosotros mismos en la relación con el otro, si somos egoístas querremos buscando únicamente nuestro beneficio, si somos cobardes nos quedaremos siempre a medias, y si somos valientes superaremos límites al querer.
El amor es algo que uno siente, no algo que uno sepa, es necesario sentir que a uno le quieren, no basta con saberlo. El afecto se construye por un conjunto de actitudes como el respeto, el interés genuino por el otro, la escucha, la alegría, el apoyo, las muestras de afecto, la lealtad, etc.
El orgullo, ligado al sentimiento de valía, genera una sensación de satisfacción porque uno ha hecho bien algo y ha sido hábil, su esfuerzo ha dado frutos. Los dos sentimientos son positivos, pero muy distintos. Sin el primero, el segundo podría sentirse vacío y sin sentido.
Como decía el Principito, “Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante”.
Artículo redactado por Aintzane Goikoetxea, Psicóloga en Madrid