El amar y el querer son estados de ánimos que nos hacen sentir maravillosamente, sin embargo, tienen algunas marcadas diferencias que, el libro El Principito, nos explica de manera sencilla.
Su teoría parte de la idea de que todos, o al menos, la mayoría, tenemos la convicción de que vinimos a este mundo con varios propósitos. Quizá, el más importante, es el de amar y ser amado. Este se convierte en uno de los objetivos de vidas más importantes al ser la vía directa a la felicidad, porque sí, los filósofos han concordado en que el amor es el camino más directo y seguro hacia nuestro fin último como seres humanos, el de ser felices.
Pero, la sociedad, en su empeño por transformar conceptos, ha confundido el querer, con el amor. A causa de ello, creemos que llenar el carrito de compra para alcanzar la felicidad, con falsos te quieros y te amos vacíos, nos ayudarán a cumplir con nuestro propósito.
“—Te amo —le dijo el Principito.
—Yo también te quiero —respondió la rosa.
—Pero no es lo mismo —respondió él, y luego continuó— Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía. Querer es hacer nuestro lo que no nos pertenece, es adueñarnos o desear algo para completarnos, porque en algún punto nos reconocemos carentes. “
Saint-Exupéry, el escritor de esta maravillosa obra, nos explica la principal diferencia del querer y amar en solo unos breves diálogos. Mientras que el querer se vuelve un sentimiento lleno de expectativas, a que la otra persona también nos dé algo a cambio, el amar es un estado del hombre lleno de desinterés.
Amar, a diferencia del querer, se llena de acciones desinteresadas que, no solo buscan llenar al ser amado, sino que satisfacen la necesidad de dar amor. Amar, entonces, es un acto de reciprocidad pura por su naturaleza.
Amar es la búsqueda de la felicidad en el otro y es, al mismo tiempo, querer que la otra sea feliz, contigo o sin ti. Ese acto de desinterés, es lo que diferencia al querer del amor. Finalmente, recuerda que el amor reconoce los defectos del otro, los aceptas y asume que ellos son parte del ser al que tú decidiste entregarte, cuestión que no sucede cuando solamente “quieres”.