Cuando José de la Serna describió la importancia de los antiguos amantes, lo hizo desde un aspecto positivo. Hablaba sobre cómo cada uno de ellos forjaban a las personas de tal modo, que terminaban siendo el resultado de cada amor y desamor. Por ello, describe y agradece a los antiguos amantes, por moldear a su actual pareja y hacerle un poco más perfecta para sí.
Pero olvida mencionar la otra cara de la moneda, esa donde los antiguos amantes se ocultan detrás de los engaños. ¿Cómo es ese mundo?
Si bien nadie es completamente fiel, existen ciertas personas que nacen con un título de perro por naturaleza o parecen adquirirlo sobre la marcha.
Son los amores perros, aquellos que desde la clandestinidad se burlan de la lealtad y fidelidad ajena, porque sí, son cobardes y es en las sombras donde operan de mejor manera.
Los amores perros tienen la fea costumbre de reunirse en manada. Gruñen y ladran sobre lo bien que fue comerse alguna presa como si fuese un gran logro, y quizá, dentro de su vida canina, lo es.
Ellos desconocen el placer de hacer feliz a una única persona. Consideran que mientras más presas tengan, más elevada es su raza, y bueno, de pulga en pulga, se transmiten su déficit mental de considerarlo como algo digno de aplaudir.
Esto no conoce de género. Así como hay infidelidad femenina, la hay masculina. Es un asunto de crianza y sociedad que hay que ir rescatando poco a poco. Enseñemos a nuestros hijos a no ladrar, a no perseguir un hueso o reunirse en la sombras con su jauría. Muéstrale mejor como ser persona, como respetar la dignidad ajena y cómo, en el hacer feliz a una sola persona, es que yace la felicidad propia y verdadera.