“Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo, que juzgar a los demás”
-Antoine de Saint Exupéry-
Mi familia me crio con la mentalidad de que, una persona siempre debía preocuparse solo por lo que hacía con su propia vida y evitar afectar a los demás con mis acciones. Andar por la vida etiquetando personas, juzgándoles y hablando de lo que hacen mal, es signo de que tu vida no es lo suficientemente interesante como para centrarte en tus propios asuntos.
Y es que, si las acciones del otro no tienen un impacto directo sobre tu vida, ¿Para qué perder el tiempo hablando de esa persona? “No juzgues, o seréis juzgados”. Dejemos que la vida misma dicte sentencia a aquellos que obran mal, y comencémonos a preocuparnos por nuestras propias acciones, porque si cada uno se centrase en hacer el bien, como individuo y no estuviese mirando al patio del vecino cada vez que un árbol cae en él, entonces el mundo fluiría de una mejor manera, sin tantos conflictos y sin tanto atraso.
Juzgar lo que el otro hace, es un signo de interés por la vida ajena, y puede que eso esté bien, lo que está mal es creerse juez del otro. Podemos mostrar nuestro interés por medio de alguna crítica constructiva, consejo y o simplemente estando ahí para brindar tu opinión cada vez que te la pidan, pero estar inmiscuidos en la vida del otro, resta tiempo que puedes gastar, mejorando tu propia vida.