Una mala palabra, una promesa rota, un desinterés que duele, y comienza el odio, las ganas de olvidarse y el no querer verse más.
Así son, así es como ellos fingen no amarse. Nadie los entiende, sus amigos les reclaman porque no le ven futuro a la relación, y ellos asientan con la cabeza y los labios apretados, como aceptando la opinión ajena y al mismo tiempo siendo incrédulos de que haya una posibilidad de dejar de amarse.
Las amigas de ella le insisten en que él no es buena persona, de que solo le hace pasar malos ratos y que hay otros más interesantes a la espera.
Los amigos de él le dicen que ya la deje, y que se vaya a tomar unas cervezas y llame a la ex que siempre le escribe, pero que por respeto a su actual enamorada, nunca le responde.
Ellos tienen un acuerdo silencioso, donde las peleas parecen ya cosa del día a día, y arman dramas como si estas discusiones fueran el fin del mundo. Pero, cuando el apocalipsis del romance acaba, y pueden salir de la rabia, se vuelven a ver a la cara y, de manera inexplicable, ambos seden y sucumben al amor que se tienen, ese que muchos han aconsejado, conspirado y luchado para que se terminen. Ese que solo ellos entienden.
Ellos mantienen el juramento de odiarse y olvidarse luego de tirarse unas cuantas puertas en la cara, pero la mirada domina sobre cualquier palabra y puerta trancada con rabia. Es esa misma mirada la que actúa en el corazón de este par de locos enamorados. Es esa mirada la que hace que, al verse luego de la tormenta, vuelvan a enamorarse.