Todos los días algo deja de estar donde estaba, algo se pierde. Desde cosas importantes hasta tonterías de esas que te amargan un par de horas pero que tienen una sencilla solución.
Cada día veo a mujeres agobiadas porque no encuentran el ticket de la prenda que quieren devolver, el tarjetero o los cinco céntimos que les faltan. También hay gente que pierde los nervios haciendo cola y se va dejando lo que se iba a comprar en cualquier lado. Y también hay gente que pierde las formas o la paciencia. Y la sonrisa, también. Y las bolsas de la compras anteriormente realizadas en la tienda vecina o en el supermercado. Y los móviles. Y las chaquetas. Se podría decir que, como cajera, soy una puñetera centralita de objetos perdidos.
¿Su sonrisa perdida? Aquí la tengo, gracias.
Día a día se pierden cosas. Es un hecho. A veces pienso en todos los objetos perdidos sin nombre ni apellidos que se amontonan por los rincones. Estoy convencida de que si pusiéramos en fila todas las cosas que no encontramos, mediría lo suficiente como para darle un par de vueltas al mundo.
O igual soy una exagerada, que también. Sólo sé que yo por lo menos, pierdo cosas a diario. Pierdo, por ejemplo, horquillas y gomas del pelo. Camisetas básicas y medias. Nunca encuentro paquetes de pañuelos cuando más los necesito. Nunca conservo más de dos meses las parejas de los calcetines. Pierdo ropa, en general. En su top ten tendríamos gafas de vista y carteras principalmente. Gafas de sol también, por supuesto. Y pinzas de depilar. “¡Con todas las que compro y nunca tengo!” Siempre dice lo mismo. Yo siempre me encojo de hombros.
A diario desaparecen cosas. “Pero si estaba aquí!” Eso nos repetimos mentalmente. Pero lo cierto es que nunca, ya no, ya jamás estará ahí. Y el caso es que tampoco es para tanto, porque algunas cosas las reponemos bajando a comprar. Pero otras no. Otras, simplemente, no tienen reemplazo posible.
Esto va así: Pierdes-buscas-encuentras. Lo que pasa es que cuando buscas lo que has perdido, casi siempre acabas encontrando otra cosa diferente. Ya sabes, como cuando buscas una camisa y acabas encontrando el disfraz aquel que te pusiste en Carnavales y recuerdas a alguien, o algo, o algún momento en particular.
Y entonces, con la alegría del hallazgo y la emoción del recuerdo, olvidas lo que estabas buscando.
Hay encuentros eternos. Cruces de caminos que perduran toda la vida. Miradas que te persiguen para que no te pierdas. Imperdibles que aprietas cuando quieres que alguien vuelva.
O cuando quieres que alguien te encuentre.
Y también, sé ahora, que a pesar de todo, una de las peores cosas que hay es perderse uno mismo. Esa sensación de no conocer el camino. Ese temblor que se siente cuando uno se siente desprotegido y sin calor. La ansiedad de no tener las llaves de tu vida.
Pero también sé que sólo en ese momento, sólo en ese instante de confusión en medio de la nada, es justo cuando consigues encontrarte.
Para todo lo demás, usad imperdibles.
Nunca fallan.
Fuente: La chica de los jueves