Hay heridas que no dejan marcas en la piel.
Que no dañan los huesos y que no pueden percibirse.
Hay heridas que se deben soportar en silencio y llorarse en habitaciones oscuras.
Hay heridas que surgen del recuerdo y las palabras que nunca fueron verdad.
Todos tenemos ese tipo de heridas. Unas más profunda que otras, pero dolorosas, al fin y al cabo. Lo curioso es que, sin estas heridas, no seríamos lo que somos hoy. Porque somos el resultado de cada ruptura, promesa rota y desilusión. Somos el resultado de estas experiencias que dejaron marcas, de hecho, somos el reflejo de esas cicatrices.
Porque el dolor forja a hombres y mujeres de verdad. Es el dolor el que le da forma a nuestro carácter y personalidad y el que nos hace entender cómo están compuestas las cosas en este mundo.
Te lo digo con el fin de que, cada vez que te rompan el corazón, no te victimices. Llora, desahógate, dale paso a la ira, pero, sabiendo que después de todo eso, serás mucho más fuerte. Porque de quedarte con la herida abierta, estarás entregándote al sufrimiento, porque este es opcional y, solo tú, decide cuánto sufrir y cuánto aprender.