Pretendamos que no nos conocemos, que nunca nos hemos visto y que ni siquiera nos interesa, solo por un instante.
Aferrémonos a esa idea, a esa actuación y saludémonos. Busquemos una tonta excusa para empezar una conversación como dos desconocidos. Pregúntame la hora, la dirección de tu destino o háblame sobre el clima, y yo pretenderé saberlo todo para responderte y realizarte otra pregunta para mantener la conversación viva.
No mencionemos el pasado, los ex ni los amores futuros. No hablemos de romances todavía y no hagamos tan obvia las ganas de besarnos. No hablemos sobre lo que una vez fue, o sobre lo mucho que aún nos gustamos. Hagámonos los locos y pretendamos ser dos desconocidos que tuvieron un flechazo y de repente, mantuvieron una conversación amena hasta llegar a un “Dame tu número de teléfono” o un “¿Quieres ir a tomar un café?”.
Porque un café siempre es algo más que un café. Un café es compartir, hablar sobre intimidad, atreverse a sonreír honestamente y abrirse a un desconocido… Al fin y al cabo, es eso lo que somos ahora.
Por eso, corazón, hagámonos los locos y pretendamos ser un par de extraños que se vieron y sintieron algo por vez primera. Conozcámonos desde 0 y salgamos una, dos, cinco, diez veces más hasta que decidamos recuperar… Perdón, lo siento, es verdad, no nos conocemos; quise decir, hasta que decidamos ser algo más que un par de desconocidos.