Añorar a alguien que ya no está es normal, humano. De hecho, en muchas ocasiones no es un problema. El tiempo pasa y de alguna manera todos coleccionamos experiencias para la nostalgia que sabemos que no se repetirán. Sin embargo, en otras ocasiones este recuerdo estancado sí que se convierte en un lastre; es entonces cuando hay que intervenir.
Eres consciente de que es un error; que dejar que tus pensamientos y anhelos vayan una y otra vez hacia esa persona traza el laberinto de un sufrimiento inútil. Y aún así, resulta imposible salir de dicha deriva, ahí donde el presente está lleno de anclas que nos llevan una y otra vez hacia el pasado.
Admitámoslo, a día de hoy aún han creado ese fármaco capaz de apagar la nostalgia, de borrar el dolor por una ausencia que hasta no hace mucho era todo para nosotros. A pesar de ello y aunque cueste creerlo, transitar por esas etapas es algo necesario, algo inherente al ser humano dado que también el sufrimiento cimienta historias, asienta la personalidad y nos dota de valiosos recursos psicológicos.
Echar de menos a alguien que ni siquiera piensa en ti es una tremenda ironía, pero aun así no deja de ser un fenómeno cotidiano. Cuando te levantas por la mañana es el primer pensamiento, al acostarte es el origen de tu insomnio y durante la jornada no hay canción, serie, rincón de la ciudad, libro o ridícula insignificancia que no te retrotraiga hacia esa persona.
Vivir con la mirada puesta en el retrovisor de nuestro pasado no es recomendable ni saludable. Ahora bien, por muy desesperante que nos parezca, debemos entender un pequeño aspecto: es algo normal. Siempre existe un periodo de duelo donde estamos obligados a lidiar con un amplio espectro de sensaciones, ansiedades, dolor emocional y angustia.
Aceptar la realidad sin rencores, prohibido buscar culpables
Cuando una relación termina de manera compleja, es común albergar sentimientos de ira o la frustración. Al buscar un ‘por qué’ es fácil embarcarnos en el péndulo de la culpa. Ahí donde pensar a instantes que los culpables somos nosotros por no haber hecho esto o aquello o donde concluir que es la otra persona quien nos ha tratado mal, quien nos ha humillado.
Este tipo de pensamientos nos hunden aún más en el sufrimiento y estancan el proceso del duelo.
Hay que tenerlo claro: podemos echar de menos a alguien, pero solo lo suficiente. Lo justo para ir cerrando poco a poco una etapa, sin que recuerdo se convierta en un ancla o lastre.