Desde hace meses que siento algo creciente en mi pecho. Algo que a ratos me llena de alegría y en otros me llena de paz. Estoy enamorada.
Cuando escucho su voz, enrulo sus cabellos entre mis dedos. Cuando le doy un premio tras una ardua jornada de trabajo. Cuando comparto sonrisas y buenos momentos con sus amigos. Las personas me preguntan: “¿qué te pasa?” Les respondo: “estoy enamorada, ¿qué no lo ves?”
Y es que cómo no enamorarse de esa persona, con todos sus defectos y virtudes, si es que sin ella no puedo vivir. Si cuando muestra lo mejor de sí brilla con la intensidad de mil focos y cuando se equivoca está siendo imperfectamente humana. Cómo no enamorarse de ella si puso todo su esfuerzo en hacerse valer de una manera equilibrada, a ser ella misma sin importar que la juzguen, a darse un abrazo o una palabra de aliento para seguir adelante sin rogarlo a otros. Por eso lo digo y lo repetiré hasta el cansancio: quiero que todos sepan que estoy enamorada… de mí.
Desde hace meses que decidí emprender la meta máxima de mi vida: conocerme. Me costó un trabajo que no imaginas, pero sobreviví, mirando a los obstáculos a la cara, sin miedo, para poder transitar el camino hacia el éxito personal. Me enteré de cosas que sorprenderían a cualquiera, así como de otras que harían sonreír hasta al más amargado, y algunas más que harían llorar hasta al más endurecido.
También descubrí mis fortalezas, haciéndolas cada vez tan fuertes como flexibles, porque es que la rigidez no permite el cambio. De igual manera vi con algo de temor todo aquello en lo que no soy tan buena, eso que debo mejorar, pero poco a poco fui llenándome de valentía para entender que eso también es parte de mí, y que puedo aprender a usarlo a mi favor.
Gracias a esta decisión, empecé a dejar de compararme, de pensar si tal o cual es mejor que yo… o peor. Entendí que todos somos igual de valiosos, aún en medio de esas pequeñas diferencias que nos hacen maravillosamente únicos. Volteé la mirada hacia las personas que me inspiran, que me dan motivos para seguir adelante, esas que ahora tomo como modelos a seguir. Comprendí que la comparación es un juego macabro que yo misma iniciaba para terminar perdiendo.
Entendí, también, que la soledad es y será mi compañera eterna. Todo y todos somos pasajeros en esta vida, y aferrarme a algo o a alguien me hacía un daño tan grande que no me permitía ver la realidad tal cual es. Me enamoré y desenamoré muchas veces de chicos que fueron tan maravillosos como hirientes, pero de cada uno de ellos aprendí que siempre lo primordial fue amarme antes que a ellos.
Renové mi armario, compré nuevos labiales, asistí a un estilista para renovar mi imagen y despejarme del descuido que venía arrastrando. De allí tomé un taxi al parque más cercano y tomé un colorido almuerzo admirando a las aves, disfrutando de la frescura de la brisa y, quién sabe, recibiendo una que otra mirada de algún chico apuesto que pasaba por allí, pero yo estaba enfocada en la compañía que de ahora en adelante jamás me fallará: yo.
Hoy puedo no sólo decirlo: hoy puedo gritar a los cuatro vientos que me amo, y que he convenido en que así será eternamente.