De poco en poco, va perdiendo color el alma.
Esa parte donde guardo el cariño, se va cerrando, tornándose oscura y sin aire.
El lugar donde late el corazón, empieza a extrañar el nombre de un desconocido.
Y es que, definitivamente, estoy dejando de amar a paso forzado.
Quisiera decir que es por elección propia.
Que me propuse a dejar de repartir besos con sabor a cariño a labios ajenos.
Que me harté de dar abrazos sin que me llenasen el alma.
Pero no, básicamente, me han obligado a dejar de amar.
No me pusieron una pistola en la cabeza.
Tampoco me amenazaron con asesinar algún familiar.
Pero sí me fueron dando puñaladas en el pecho cada vez que decía “te amo”.
Y así ¿Con qué ganas voy a seguir amando? Si cada vez que lo intento termino golpeada por la apatía, indiferencia, traición y el maltrato.
Estoy dejando de amar, porque le cogí fobia a los “te quiero”.
Le tomé pavor a los abrazos y, cada beso, siento que viene con una nota que dice “Ten cuidado de enamorarte”.
Estoy dejando de amar, porque en lugar de latidos, estoy comenzando a sentir choques eléctricos que me quitan el aire y me asfixian hasta dejarme inconsciente.
Porque dentro de la memoria, aún hay fotos que me recuerdan lo terrible que es entregarse y porque sencillamente, no quiero revivir el pasado.
Estoy dejando de amar, porque estas decepciones, me arrastraron a la versión más vacía y muerta que puede existir de mí.