He amado hasta la saciedad, y amar te hace vulnerable.
Odio ser incapaz de amar en toda regla, pero cada amor que termina me abre una herida y hoy puedo decir que estoy llena de cicatrices.
He conocido muchos hombres, cada uno con sus cosas buenas y sus cosas malas. También he conocido de esos que te hacen sentir grande, que te dicen todo aquello que quieres oír, que te cuidan, te miman y te dicen lo buena, perfecta y estupenda que eres. Guapos, simpáticos, buenos amantes en la cama y un sinfín de cualidades más. Algo así como lo que la mayoría del mundo llamaría “perfección”.He conocido a más de uno, y en todo inicio he estado encantada, pensando que por fin habría encontrado esa persona que me hiciera sentir plena, pero con la misma intensidad que he sentido la llegada de ese sentimiento impulsivo se ha marchado. De golpe, así sin avisar.
Entonces es cuando me doy cuenta de que soy yo. Que estoy “diabética de amor”.Que todas las desilusiones, desengaños, amores imposibles, amores fallidos, las decepciones y las historias que no pudieron ser, todas, han dejado huella en mí.
Y ahora soy yo la que tengo esta especie de síndrome de Estocolmo, y aunque me tope con mil hombres perfectos, yo seguiré estando con el escudo y el arma.He amado hasta la saciedad y amar te hace vulnerable y “herible”. Las heridas del alma son las más dolorosas, aún y cuando han pasado mil años siguen doliendo. Por eso, cada vez que empiezan a aflorar sentimientos en mí, me voy corriendo, porque por muchos hombres perfectos que se me crucen, la imperfecta ahora soy yo.
Fría, distante, vacía de sentimientos, incapaz de sentir. Y así seguirá hasta que realmente llegue alguien que compense mi diabetes amorosa y me devuelva toda la dulzura y felicidad a mi ser.
Y, sobre todo, me devuelva la esperanza de amar.
Autor: Cristina Esquiu