La comunicación pasiva caracteriza a aquellas personas que no defienden sus derechos, que mantienen una postura distante y que se pliegan a las demandas de los demás ignorando las necesidades propias.
Las estadísticas nos dicen que son muchas las personas que practican la comunicación pasiva. Puede que, incluso, nosotros mismos la llevemos a cabo, aunque nunca la hayamos definido de esa manera.

Lo cierto es que hablamos de un estilo comunicativo bastante nocivo para nosotros y para los que nos rodean. Repercute negativamente en nuestra autoestima y nos impide relacionarnos de una manera sana y adecuada con los demás.
Algunos estudios señalan que la comunicación pasiva puede estar motivada por la necesidad de agradar a los demás. Esto es cierto, pero también existen otros motivos, como la falta de habilidades sociales o el miedo al conflicto.
Las personas asiduas a este tipo de comunicación pueden serlo también por haber estado sometidas en su educación a una constante censura. Así, aunque el censor o el poder del censor ya no esté, su huella sigue presente. Estas personas, al no haber practicado la expresión de sus opiniones o necesidades, se sienten inseguras en este sentido.
Por otro lado, si han recibido críticas muy fuertes, pueden seguir sometidas a la tiranía de su eco. Así, siguen siendo presas de una inseguridad que hace muchos años les inocularon.
Lo que pueden experimentar en esos momentos es una sensación de impotencia. «¿Por qué las palabras no me salen y titubeo?» «¿Por qué parece que nuestra mente se paraliza impidiéndonos pensar con fluidez?» La razón está en que existe un miedo desproporcionado al enfrentamiento, a la crítica, al juicio.