Si algo une a todas las cosas del mundo, es que dependen del tiempo. Todo, absolutamente todo, está aferrado al tiempo. Hay un momento para aprender, otro para crecer, otro para crear, amar, odiar, perdonar e incluso, morir.
No creo en el destino, pero si creo que hay un tiempo para que las cosas se den. Cuando hablamos de amar, por ejemplo, tenemos un tiempo para recibir al primer amor. Este siempre llega y lo común es que, por inexperiencia, termine en convertirse en un descontrol total de emociones. Ese primer amor tiene un tiempo para florecer, otro para mutar a mejor y otro para marchitarse y morir. Sin embargo, somos capaces de decidir si algo puede o no cambiar para mejorar y así evitar la muerte del mismo.
De ese modo, funcionan los otros amores. Hay un tiempo para que llegue un amor que es locura, otro para equivocarnos escogiendo y otros para hallar al amor de nuestra vida. Pero, somos nosotros quienes decidimos a través de nuestras elecciones, cuánto va a durar cada una de ellas.
Por ello, en la vida todo llega, y tendrá que cambiar, para mejor o para peor. Del mismo modo, todo muere, incluso cuando va para mejor, la diferencia es que cuando algo es realmente bueno, como un amor verdadero, después de la muerte de aquel que amamos, queda algo que trasciende y perdura más allá del tiempo.
Así que, no te preocupes porque tarde en llegar el amor de tu vida. Preocupate mejor en que, cuando llegue, puedas valorarlo lo suficiente como para que nunca se quiera ir.