Empezamos con una roca de gran tamaño, pesada y tan grande como el dolor que nos causa la primera decepción. Ese primer amor, se lleva quizá, la parte más importante de nuestras vidas, esa donde la confianza plena sobre la entrega, aún estaba intacta.
A cambio, este primer amor deja esa enorme roca con la que debemos cargar ahora. Es nuestra decisión si llevarla siempre sobre los hombros, o colocarla en un lugar conveniente. Nuestra inteligencia emocional, nos dice que la pongamos justo en frente del corazón, ahí, en ese camino por donde deberán pasar los próximos amores para llegar hasta lo más profundo de tu ser.
Pero de algún modo, unos cuantos amores logran cruzar la roca, dejando cada uno, otro pedazo de piedra, uno más pequeño que el anterior. De a poco, te das cuenta que has construido un muro alrededor de tu espíritu, de tu amor propio y de tu dignidad. Ahora, encerrado, solo hay una forma de cruzar.
No se pasa tocando las rocas como si fuesen una puerta, tampoco escalando el muro, y mucho menos, dándole golpes con un martillo. La única forma en que alguien logre entrar de nuevo a tu corazón, es explorando entre las grietas que quedan entre roca y roca, observando y aprendiendo.
Se deben dar a la tarea de saber ¿Por qué te has convertido en un corazón de piedra? ¿Por qué ya no abres tus emociones tan fácilmente? ¿Qué fue lo que te causó tanto daño? Deberán conocerte a profundidad, para que puedan comprender qué hacer para traspasar el enorme muro que recubre tu corazón.
Te has convertido entonces, en la dueña de tus propias emociones. En la persona más fuerte que puedes conocer. Nada te engaña, no hay manera de que alguien burle tus defensas sin un interés sincero por conocerte, por llegar a saber quién eres detrás de esa muralla. Solo de ese modo, solo con un gran esfuerzo y con tu consentimiento, otra persona se podrá dar a la tarea de descubrir, quién eres en realidad.