En esto te convertiste, después de que rompieron tu corazón.

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Todas, en algún momento, fueron ese tipo de mujer que les encantaba creer en promesas. De esas que, despreocupadas, seguras y confiadas, solían dar el corazón al primero que les jurase amor eterno. Todas llegaron a pensar en algún momento que, si amaban a alguien, esa persona les iba a corresponder y amar de la misma manera y con la misma intensidad. Tuvieron la convicción de entregar sus corazones, hasta que alguien se los destruyó.

En un día de esos llenos de rutina en los que todo iba perfecto, descubriste un mensaje de otra mujer, otro mensaje de él hablando con sus amigos sobre lo bien que la pasó con esa persona. Es en ese preciso momento que todo empieza a desmoronarse, que la rutina se vuelve pesadilla y comprendes que has estado viviendo en una ilusión.

Las promesas se convirtieron en mera palabrería barata y sin sentido, mientras que el amor se volvió en algo que solo los tontos suelen creer y que los descorazonados usan para atrapar la confianza de otra persona a cambio de nada.

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No supiste escuchar los consejos de tu madre, amiga o hermana. Hiciste la vista gorda y anduviste sin cuidado, incluso cuando te hablaron desde la voz de la experiencia, incluso cuando decidiste ignorar los comportamientos más obvios del engaño.

Debes saberlo ya, que cuando alguien rompe su palabra, hasta los recuerdos más bonitos se vuelven tormentosos. Llueve por dentro, se te inunda el alma, te enfermas y caes en un abismo del cual sientes que es imposible salir.

Comienzas a relacionar al amor con el sufrimiento. Interpreta que todo aquel que te jure amor eterno, lo hace con un cuchillo en tu espalda. Ahora, esa mujer que una vez creyó, ya no existe. Ahora solo queda tu alma viviendo en noches que parecen infinitas y que son acompañadas con pensamientos que perturban la paz.

El tiempo pasó, comprendiste que el corazón debía seguir latiendo, pero no con la misma intensidad. Entendiste que debías seguir amando, pero no de la misma manera, no a la misma persona. Ahora te acompaña un pensamiento que no te abandona y que dicta, “Mujer, ve con cuidad y no confíes en sus palabras”.

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Te hiciste una promesa, el de serte fiel solo a ti misma. Ahora tu mundo se trataba solamente de ti, pues es esa la manera en que los corazones rotos se ahorran más decepciones y evitan lidiar con más fracasos emocionales.

Claro, no te quedaste sola, conociste a nuevos hombres que te escucharon y a los que escuchaste, pero, faltaba algo… No había una emoción real de por medio. Solo había espacio en tu corazón para ese sentimiento de cuidarte a ti misma, de velar por tu bienestar y no entregarte completamente de nuevo.

Te convertiste en esa versión que nunca pensaste llegar a ser, pero que ahora aceptas con comodidad. Sin embargo, siempre hay cierta añoranza por volver a ser quien eras, por volver a tener esperanzas y confiar plenamente en un nuevo amor.

Siempre se quiere volver al pasado e intentar entregarse como la primera vez, sin miedo a ser lastimados. Siempre queremos complementar nuestra existencia con alguien más y reordenar nuestra vida y colocarla justo como estaba en un inicio, donde todo era color de rosa.

Siempre queremos volver a ser lo que fuimos antes, pero siempre nos damos cuenta que hoy, somos producto de nuestros antiguos amantes. Que hoy somos más fuerte y que si es cierto que no amamos con la misma intensidad, podemos llegar amar mejor, más inteligentemente y sobre todo, a no dejar de amarnos a nosotras, incluso, cuando un nuevo amor nos hace sentir como si amásemos por primera vez.

Escrito por Ángel Dichy

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