Lo que comenzó como una simple ocurrencia, casi pasatiempo, se convirtió en una tradición que ha hecho del pequeño pueblo de Nagoro, un lugar pintoresco y un tanto surreal que ha sido apodado como la aldea de los muñecos.
Para llegar a Nagoro es necesario sortear una serie de caminos estrechos sobre las montañas y a un costado de peligrosos desfiladeros que cientos de años atrás sirvió como un escondite para el clan Taiga, un grupo de samuráis que aprovecharon la geografía del lugar para resguardarse del clan Minamoto, uno de los clanes predominantes en Japón.
Con el paso del tiempo, Nagoro fue un lugar que prosperó con el desarrollo de una presa y otras industrias provocaron que más gente habitara el lugar, sin embargo, con el paso del tiempo, los trabajos se acabaron y los habitantes no tuvieron mayor opción que ir abandonando poco a poco el pueblo en busca de oportunidades en otras ciudades grandes como Osaka.
En la actualidad se estima que hay alrededor de treinta (30) personas habitando el pueblo de Nagoro y más de doscientos (200) muñecos que han reemplazado a todos aquellos que han abandonado el lugar, así como otros más que si bien no toman el lugar de los antiguos pobladores, lo dotan de vida.
La mente detrás de esta curiosa tradición es Ayano Tsukimi, de sesenta y nueve (69) años de edad, que en el 2000 regresó al pueblo para cuidar de su padre.
En un cortometraje de Fritz Schumann, ella cuenta que la creación de los muñecos fue una suerte de coincidencia; tras haber intentado plantar semillas sin éxito, se encargó de crear un espantapájaros a la semejanza de su padre.
Ese muñeco inicial, la inspiró para crear muchos más que ocupan sus lugares en el camino principal, los campos y hasta la escuela que años atrás cerró por falta de estudiantes.
Estos muñecos han causado que algunos de los viajeros no tengan otra opción más que parar para retratar este raro hallazgo, mientras que ha impulsado a otros a visitar Nagoro concienzudamente, poniéndolo nuevamente en el mapa e incluso convirtiéndolo en un sitio popular a la hora de hacer las exploraciones con la herramienta de Street View de Google Maps.
Tsukimi relata que a pesar de que sus muñecos están repoblando el lugar, su esperanza de vida es mucho más corta que la de los humanos, pues al encontrarse en la intemperie su periodo de vida es de hasta tres (3) años.
Esto provoca que además de los nuevos muñecos que cose a mano y rellena con papel periódico, también produzca aquellos que reemplazan a los que ya se han desgastado.
Ella ha procurado cuidar cada detalle, la mayoría de los muñecos cuentan con ropa de los habitantes que se han ido y todos siempre portan algo que los asemeja a los humanos.
En ese sentido, ella explica que no le gusta hacer muñecos “raros”, pues su línea es representar a los humanos en las actividades que naturalmente estarían haciendo.
De tal forma se encuentran pescadores, hombres y mujeres esperando el autobús, estudiantes, un profesor, un director de escuela, campesinos, parejas sentadas en sus patios, y, por supuesto, hasta una representación de la misma Tsukimi.
Ella cree que habrá algún momento en el que ella viva más que el resto de los pobladores, pues aún con sus sesenta y nueve (69) años es la habitante más joven de Nagoro.
Los muñecos se han vuelto parte de su vida, por lo que no tiene reparos en pasar largos periodos en el pueblo, aunque esto no la impide visitar a otros familiares y conocidos en Osaka, al tiempo que el pensamiento de la muerte no la incapacita.
Ella también es consciente de que es probable que en caso de una emergencia difícilmente llegue al hospital más cercano que se encuentra a 90 minutos de Nagoro, sin embargo, tiene una perspectiva inusual sobre su propia existencia.
Por más macabro que pueda parecer, cabe la posibilidad que tras el fallecimiento de Ayano, lo único que quede de Nagoro sean sus muñecos y, por supuesto, la muñeca que la representa.