La “media naranja”. Esa idílica concepción que propone un modelo de pareja donde sus integrantes, ebrios de ardiente pasión y recalcitrante compenetración, dejan de existir de forma independiente para formar el cítrico completo. Él ya no existe, ella tampoco. Ahora solo hay cabida para la pareja. ¡Y estamos tan felices! ¡Como en un limbo, un sueño! Un error. Muchísimas parejas, por no decir todas, cometen la absurdez de pensar que la auténtica felicidad se obtiene por estar con alguien.
¿Qué es la vida sin amor? ¡No es nada! dicen algunos necios. La felicidad es un estado placentero que comienza con el equilibrio propio, personal, el de uno mismo, y que se debe conseguir independientemente de los demás. ¿Hola? ¡llamando a la persona capaz e independiente que llevamos dentro! Claro está que -hay que decirlo todo-, el hecho de tener a alguien que nos quiera de forma incondicional nos proporciona gran placer. Pero no debemos dejar que sea el motivo principal de nuestra felicidad. Tenemos que tener muy presente que una pareja feliz es la suma, no fusión, de dos individuos felices.
Ciertamente, cuando iniciamos una relación solemos centrarnos en nuestra pareja. Queremos estar todo el tiempo con ella, conocer todo de ella y, en consecuencia, nos olvidamos de nosotros mismos. El hecho de adormecer nuestra identidad en aras de la relación implica un estancamiento personal que conduce a la asfixia, a la frustración. Para no caer en ello, para conservar nuestro “yo” dentro de la vida del “nosotros”, es necesario el espacio personal. Al formar una pareja no podemos olvidar nuestro espacio.
El hecho de que una persona necesite tiempo para estar sola, para llevar a cabo sus asuntos, no significa que no quiera a su pareja. Hemos de comprender esto y no caer en la paranoia de que el amor de nuestra vida no quiere pasar más tiempo con nosotros.
Esa paranoia es una de las principales causas por las que se rompen gran cantidad de relaciones. El hecho de interpretar esa necesidad de soledad como un distanciamiento, saca lo peor de cada persona. El enamoramiento se convierte entonces en dependencia y la dependencia en una conducta controladora, en un círculo vicioso que nos hace sentir la imperiosa necesidad de saber dónde y con quién está nuestro querido.
El “yo” y el “nosotros”, una cuestión de equilibrio para que la pareja siga creciendo sanamente, desarrollandose individual y en conjunto.
La solución es usar la cabeza, esa gran desconocida en el mundo de los amoríos, y comprender que cada uno tiene derecho a realizar actividades que no desea compartir con el otro. Si no lo hacemos así, siempre estaremos enzarzados en discusiones provocadas, de una parte, al sentirnos ignorados porque nuestro compañero sostenga aquellas actividades que le criticamos o, de otra, al obligarle a resignar su espacio para “demostrarnos” su amor y ello acabará, sin duda, en rencor.
Fuente: Ser pareja