Cuando te enamoras, te salen alas. Empiezas a volar tan alto y tan cerca del sol que casi se te queman. Pero te aferras al deseo y el amor que ese sol parece ofrecerte.
Sientes la ilusión como si fuesen nubes por las cuales aterrizas para descansar. Pero, con cada aleteo, sientes que el corazón te advierte y te susurra al oído que, si no pones los pies en la tierra, chocarás de frente con el sol que tanto anhelas alcanzar y te quemarás viva en un infierno que lleva el nombre de desilusión.
Ese es el peor de los temores de los corazones enamorados, el hecho de que el sol en que basas tus deseos e ilusiones, te queme, te haga acercarte y te desilusione de golpe al darte cuenta de que te aferraste a un verdugo.
Así de simple, así de trágico. Los corazones arden con la intensidad de mil soles solo por uno que se está enfriando y juega a ser especial para captar tu atención.
¿Sabes que es lo peor de las desilusiones? Que te dejan secuelas. No dejan heridas que se curan sin más. Dejan marcas en la memoria y destruyen los conceptos del amor, haciendo que, cuando veas a otro sol al cual quieras volar, prefieras ver al suelo y no volver a ampliar tus alas… Ahora, el sol que desee hacerte volar, deberá tocar la tierra por ti.