Una acción como la infidelidad, duelen, y mucho. Nadie niega que existen acciones que rompen el alma y las ganas de seguir queriendo, pero más allá de estas acciones, incluso, más allá de las palabras, existe algo que tortura lentamente y que nos hace sufrir más que casi cualquier otra decepción.
La ausencia y el silencio de las personas que amamos, son una de las cosas que más insoportables y dolorosas se tornan. Estas son el reflejo más puro de la indiferencia y la apatía, las principales causas de los desamores, incluso, por encima de las propias infidelidades.
Lo doloroso del silencio, es que detrás de él se oculta el misterio de no saber qué es lo que quiere nuestra persona amada. Es este silencio el que nos crea una red de dudas y posibles escenarios en el que nos sumergimos tratando de averiguar ¿Qué carajos hemos hecho mal? E irónicamente, la mayoría de las veces, nunca hemos hecho nada malo, simplemente, el amor se ha extinto y quizá, nosotros hemos sido demasiado buenos para cierto tipo de personas.
Es ahí donde el amor propio cobra su mayor importancia, en el reconocer que, en ciertos lugares, aunque nos cueste aceptarlo, ya no somos bienvenido. Es nuestra responsabilidad moral saber cuándo marcharnos, porque si nos quedamos, estamos sucumbiendo a ser miserables en el amor, pues nos volvemos mendigos de él y estoy seguro de que vales tanto, como para no merecer recoger las migajas del pan de nadie.