Amar lleva consigo ciertas responsabilidades.
Una de ellas, quizá, la más importante, surge de manera casi involuntaria.
El mejorar como persona se vuelve una responsabilidad en cuanto a que sentimos la necesidad de dar la mejor versión de nosotros a esa persona, que, a diario, se esfuerza por dar la mejor de sí.
Y es que, no nos sentimos obligados ha hacerlo cuando se trata de amor.
No hay un arma en nuestra cabeza esperando a ser detonada si no lo hacemos, porque, de sentirla, ya no sería amor.
El amor motiva, inspira, crea, impulsa y nos dirige a ser la mejor versión de nosotros mismos.
No nos pesa explicar cada signo de interrogación en las dudas de quien nos ama.
Ya no nos molesta dar detalles y actuar siempre en nombre de lo bueno, del bien, de lo correcto, porque queremos servir de ejemplo a esa persona que tenemos a un lado.
Así es el amor verdadero: Siempre bueno, siempre justo.
Y si te preguntas si los malos también aman, sí. Incluso los corazones más negros son capaces de esclarecerse en nombre de alguien que les ha hecho querer.
¿Tiene alguna explicación?
No. Simplemente, algunas cosas no las tienen y justo por eso, son definidas como mágicas.
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