“Después de un tiempo aprenderás que el sol quema si te
expones demasiado.Aceptarás incluso que las personas buenas podrían herirte alguna vez y
necesitarás perdonarlas.Aprenderás que hablar puede aliviar los dolores del alma.
Descubrirás que llevas años construir confianza y apenas unos
segundos destruirla y que tú también podrás hacer
cosas de las que te arrepentirás el resto de la vida”.
William Shakespeare.
Nadie tiene culpa por confiar plenamente en otra persona. Pero, somos culpable en cuanto a qué condiciones ponemos para dar dicha confianza y a quién se la ofrecemos.
Es nuestro “deber”, por decirlo de algún modo, velar fervientemente por nuestra propia confianza. Debemos cuidarla como un tesoro y solo, hasta estar plenamente seguros, ofrecerla a la persona que creamos correcta.
La confianza no es solo algo que tu das a alguien para decirle “Creo en ti completamente”. No, la confianza va mucho más allá.
Confiar requiere tiempo, esfuerzo y entrega. Y su fragilidad va de la mano con lo maravillosa que puede resultar ser.
Por eso, si se la damos a alguien descuidado, que juega con nuestro tiempo, esfuerzo y entrega, no podemos esperar algo más que un quiebre de este tesoro invaluable.
Entre juegos, el torpe abusador arrojará toda nuestra confianza al piso y la partirá en pedazos. Esa confianza que tanto nos tardamos en construir, él la verá reducida a añicos en un par de segundos.
E intentará reconstruirla pero verá que, por más que reúna las piezas, siempre habrán grietas que le recuerde que ya nada es lo mismo… Y que la confianza, una vez que se rompe, no puede recuperarse por completo.
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