Cuando se presenta la oportunidad de tomar una decisión ante una situación importante, lo ideal y más conveniente sería pensar todo con sensatez y en la mayor calma posible, pues hay asuntos relevantes que ante cualquier decisión podría acarrear consecuencias considerables.
Sin embargo, a veces todo sucede tan rápido e inesperadamente, que se deben tomar decisiones de inmediato, una respuesta rápida ante la adversidad que se presente. En este caso, lo mejor es reducir la presión, hacer una evaluación global de la situación y confiar en lo que ya se ha hecho.
En el mejor de los casos, se puede tomar el tiempo necesario para pensar con calma los pasos a seguir y así identificar el camino más adecuado. Pero, muchas veces la situación obliga a tomar una decisión rápida, porque las circunstancias así lo exigen.
Lo malo de la prisa es que con mucha frecuencia conduce al error. El problema es que, a veces, no se tiene salida, no hay elección. Es necesario tomar una decisión rápida y, aunque esto no sea lo óptimo, de no tomarla podrían surgir consecuencias negativas.
Si la situación es relativamente simple, probablemente no se tendrán problemas en tomar una decisión rápida. Sencillamente nos dejamos llevar por la intuición. En cambio, si se trata de una situación compleja, las cosas cambian. En ese caso no basta con dejarnos llevar espontáneamente.
Es muy conveniente tomar todo el tiempo posible para resolver cualquier adversidad, situación o asunto que así lo amerite. No obstante, existen ocasiones en donde nos sentimos entre la espada y la pared y resolvemos los asuntos en medio de una gran angustia.
Esa angustia modifica nuestra percepción y esto no es bueno. Vemos más grandes o más pequeños los riesgos y tendemos a pasar por alto los detalles. Así que lo más conveniente es tomar, aunque sea unos minutos para calmarnos. Respirar un poco ayuda a aliviar la presión y a pensar con mayor claridad.
A veces no es tan claro qué es exactamente lo que tenemos que decidir. Uno de los factores que contribuye a iluminar este aspecto es precisar cuál es el objetivo a conseguir.
Una vez que se tenga claro qué es exactamente lo que se debe decidir, también será posible saber si esa decisión realmente es de nuestra competencia o debe delegarse a otra persona. Siempre es mejor delegar cuando hay alguien que tiene mayores conocimientos o más experticia sobre el asunto a resolver.