Antes de orar, de pedir a Dios, revisa tu corazón ¿Hay humildad en él? Muchas veces deseamos cosas desde la soberbia, queremos el éxito no como una realización personal, sino como un alimento para nuestra arrogancia y prepotencia.
El orgullo es ausencia de Dios
Por ejemplo, hay quienes aspiran a ser jefes de algo no para servir, sino para mandar y descargar todo el peso de su arrogancia. Jesús nos enseñó que quien quería ser mayor en el Reino de los Cielos, antes debía ser el menor de todos, es decir, mientras más prominente sea tu cargo, más servicial y humilde deberías ser.
Dios no tiene memoria de los soberbios, pero está al pendiente de todas las necesidades de los humildes. Los de corazón humilde ni siquiera tienen que pedir alguna cosa cuando Dios ya está obrando a su favor, porque la naturaleza de Dios está ligada a la humildad, pero repele la arrogancia.
Por eso, puedes estar seguro de que las personas que hablan demasiado de sí mismas, que buscan imponerse con hechos o con palabras sobre los demás, que discriminan por estatus social, educación o raza y que tienen una opinión muy alta de sí mismas, no tienen a Dios en su corazón.
Porque quien conoce a Dios conoce su inmensidad y se sabe pequeño, muy pequeño ante su grandeza. Por eso, dentro de los corazones de las personas de fe no hay espacio para la arrogancia. Al contrario, quien conoce a Dios vive para servir a los demás porque sabe que el orgullo es ausencia de Dios.
Un arrogante no puede reconocer a Dios porque él es su propio Dios
Hay personas que se convierten en sus propios ídolos, se adoran al punto de destronar a Dios para sentarse ellos. Jesús nos enseñó a que debíamos amarnos a nosotros mismos para que con esa misma medida amáramos a los demás. Pero otra enseñanza poderosa de Jesús nos dice que debemos negarnos a nosotros mismos para poder alcanzar el Reino de los Cielos.
El que aprecia demasiado su vida y las cosas superficiales de esta Tierra, no tiene parte con Dios en el Reino de los Cielos. La idolatría es una terrible falta que nos separa de Dios y en la vida moderna, las personas no idolatran grandes dioses, sino su propia imagen, sus pertenencias, a su trabajo, sus logros, sus cuentas en redes sociales, etc.
Cuando somos arrogantes nos convertimos en nuestro propio Dios, y eso puede sonar maravilloso si correspondiera con la realidad, pero la verdad es que somos frágiles y nuestra existencia en este plano es efímera. Por eso, un poco de humildad no le hace daño a nadie, somos extremadamente pequeños para creernos el centro del universo.
Reflexionemos en si realmente estamos siendo humildes como para ser escuchados y atendidos por Dios, y recuerda que una persona verdaderamente humilde no dice “soy muy humilde”, pues este reconocimiento al mérito de la humildad la contradice.