Cuando pensamos en la vida, entendemos que no es más que un conjunto de momentos, uno tras otro, y es de ellos que podemos obtener las experiencias que nos formar el carácter y nos hacen crecer.
De entre tantas cosas que nos pasan en el día a día, atesoramos las que más nos marcan, las que atrapan nuestra atención de manera tal que se repiten en nuestros sueños, se nos escapan en nuestras palabras y las imaginamos con frecuencia. Lo lamentable del caso es que no siempre se trata de asuntos alegres: hay veces en que el dolor es lo único que tenemos…
Una vez que muere alguien querido, que termina una historia de amor o nuestra vida está en peligro, sobreviene el malestar porque sabemos que antes tuvimos algo que ya no está. En principio no lo entendemos, pero luego de procesarlo somos capaces de reconocer que eso tan desagradable es parte de la vida y que nos abre la oportunidad de aprender de las experiencias.
Lo importante es que no dejemos que se convierta en algo que no podamos controlar y terminemos en un pozo de arenas movedizas, en las que mientras más luchemos por salir más nos hundiremos.
Llegamos a pensar en “soluciones inmediatas”, tales como ahogarnos en el alcohol, salir de fiesta a cada momento, negar rotundamente que algo nos pasa. Sin embargo, de una u otra manera aparece y reaparece en nuestro día a día, recordándonos que aún hay algo allí que por más que huyas está pendiente de ser resuelto.
Hay veces en que es tan grande lo que sentimos que caemos en un estado de reflexión intensa. Experimentamos un cambio profundo en nuestro ser en el que visualizamos la inevitabilidad de perder todo lo que hemos ganado.
Siempre llega cuando menos lo esperamos, y es que si nos preparamos para él nos daremos cuenta de que nunca es suficiente, de que siempre nos va a sorprender. Pensamos en que olvidar es la respuesta cuando más bien resulta contraproducente, ¿y es que cómo aprender de algo si intentamos olvidarlo? Corremos el peligro de repetir una y otra vez los mismos errores que pueden terminar llevándonos al sufrimiento.
El dolor estuvo, está y siempre estará para recordarnos que no sólo debemos aprovechar los momentos felices sino también aquellos que por más desagradables que sean, nos permitirán limpiar el cristal con el que miramos la vida para verla de otra manera.