Dejémonos de súplicas.
Que el valor de nuestra dignidad se pierde cada vez que insistimos en algo que ya no va a suceder.
Que se jodan esos que creen que uno siempre estará ahí para ponerse de rodillas.
Que abran los ojos aquellos arrogantes y orgullosos que piensan que uno no reconoce cuando las cosas se acaban.
Recuerda que nada tiene eternidad, que nada dura para siempre.
Ni siquiera esos besos de diez segundos que retrasaban los relojes y que te hacían flotar.
Ni siquiera esas caricias que merecían quedar estampadas en la piel como un tatuaje.
Ni siquiera los recuerdos de una linda sonrisa.
Lo único que parece durar para siempre, es tu estupidez, por creer que el mundo gira a tu alrededor.
Porque pensaste que para ti siempre habría tiempo, que siempre estaría para satisfacer tu deseo carnal y que nunca me hartaría de ser un saco de huesos, inerte y sin vida al lado de un demonio que jugaba a las apuestas con mi alma.
Discúlpame si sueno grosero, pero es que la poesía no es solo rima y palabras bonitas.
A veces viene cargada de rabia y lo único que importa es dejar en claro las ideas.
Porque parece que todavía hay gente que cree en los “para siempre”.
Se aferran a esas historias de solo tres meses como si su vida acabara al terminar la relación.
Se aferran a lo que no dura, a lo inseguro y lo que se sostiene de falsas promesas.
Eso es culpa de las telenovelas que nos hicieron creer en las historias con finales felices.
Es culpa de nuestros padres que nunca nos advirtieron que amar, no siempre significaba que habría una linda experiencia de por medio.
Es culpa de la sociedad, que ha enmarcado al amor, como un sinónimo de “infinitud”.
Es culpa de nosotros, por no aceptar que en esta vida, todo tiene su momento y que debemos aceptar hasta qué punto tenemos que insistir.