Hay veces en que por una u otra razón nos quedamos atados al pasado. Revivimos detalles de lo que nos pasó, nos lamentamos recordando lo que nos hicieron, extrañando lo que ahora ya no tenemos o pensando en qué pudimos haber hecho para evitar que todo eso sucediera.
Nos negamos a entender que lo que pasó ya no podremos cambiarlo y nos entregamos al malestar y a la dificultad de superarlo. Permanecer sumidos en el paso nos hace ser víctimas y victimarios, impidiéndonos valorar todo aquello que justo ahora nos rodea, a buscar un culpable en nosotros mismos o en los demás, a querer vengarnos. Estando así anulamos la posibilidad de hacer las cosas de otra manera, de asumir nuestros errores y poder corregirlos, y así evitar que se repitan.
Aceptar lo que pasó como algo que no podrás cambiar y que forma parte de tus experiencias es el primer paso para liberarte de las cadenas del dolor. Pasa la página. Deja de darle vueltas a lo que pudiste hacer. ¡Déjalo ir! Así podrás abrirte a nuevas y maravillosas experiencias plagadas de posibilidades infinitas.
Varias de las emociones que nos ahogan cuando nos quedamos atrapados en un pasado tortuoso son: rabia, tristeza, miedo, fracaso y resentimiento. Si permaneces mucho tiempo pensando en ellas no lograrás más que anular tu capacidad para abrirte a otras cosas.
La energía que dedicas a estos pensamientos no te permite enfocarte en tu cotidianidad, en esos pasos hacia el éxito que están allí para que los transites. Acepta. Suéltalo. Atrévete a empezar de nuevo.
El pasado no puede ser mejor ni peor: es lo que es y gracias a él hoy estás aquí. Dedícate a construir una vida positiva y diferente para ti y quienes te rodean. El momento no es ayer ni mañana: es hoy.
Afortunadamente no necesitas de tu pasado ni de tu futuro para poder escoger el día de hoy para comenzar de nuevo. Nunca es tarde.