Aquí estoy de nuevo, encerrada dentro de mí misma pero en una habitación distinta a la anterior. Este nuevo cuarto no tiene ventanas y solamente me ilumina una lámpara artificial. La mesa al lado de mi antigua cama, que fue testigo de tantas divagaciones acerca de mi vida, también se ha ido. Ahora sólo me queda esta cama, las paredes acolchadas y la soledad de mi mente, atrapada en este cuerpo.
Fallé por segunda vez, y pensé que acertaría en esta ocasión. Seguí todo de acuerdo a la receta que me dio aquel amigo que murió para contarlo: mezclar fármacos de fácil adquisición con otros que ya no se consiguen tanto y consumirlos acompañados de alcohol.
Al principio sentí mi voz quebrarse y mi mente volar. Pensé que ya estaba pasando y finalmente saldría de este cuerpo que tanto odio, pero no, olvidé que el proceso tardaba demasiado y, en ese transcurso de tiempo fui descubierta por alguien más.
Y aquí me ves, sufriendo la tortura de seguir viviendo, de seguir respirando. Y no entiendo cuál es su empeño de mantenerme así. Si la vida me quitó todo y solamente me dio insatisfacciones, ¿Acaso no puedo decidir sobre el poco control que me queda sobre ella?
Me siento extraña al despertar todas las mañanas. Estas drogas que me aplican me adormecen y me mantienen en un limbo obsceno del que no puedo salir. A veces siento que, más me curarme, me hacen mal, y me prolongan el sufrimiento. Si tan sólo pudieran entenderme…
El Doctor me repite a cada instante que debo curarme pronto, pero lo que él no sabe es que realmente no tengo remedio y estoy dispuesta a cumplir mi voluntad como sea. Porque de este hueco emocional no me saca nadie, la nube oscura es mi compañera y la tristeza no me abandona nunca. ¿Y es que acaso es un pecado querer morirse?…