¿Recuerdas la sensación de la primera vez que te rompieron el corazón?
Casi se podía oír cómo se desprendían las cuerdas del pecho. Cómo el latigazo resonaba en lo más profundo del alma y cómo, sabías que, desde ese momento, no serías la misma.
Es ahí cuando comienzas a recolectar los pedazos de un corazón roto, e intentas rearmarlo, colocando pieza por pieza donde creías que iban, pero te cansas y te resignas a que, por más que lo intentes, el corazón tendrá grietas en las cuales no hay pedazo que lo rellene.
A través de ellas dejas escapar un poco de luz interior, para que el próximo, pueda apreciar lo mucho que brillas por dentro.
Pero ahí va de nuevo un pendejo y lo tira al piso, partiéndolo en mil pedazos más y haciendo aún más ardua la tarea de reconstruir el corazón.
Así vas, de a poco, hasta que aceptas que es mejor dejar el corazón detrás de un muro, el cual comienzas a construir ladrillo a ladrillo, lágrima a lágrima.
No es hasta que lo completas, que puedes sentarte en la orilla de él y contemplar en lo que te has convertido.
De un lado, un corazón destrozado, del otro, hombres aclamando un poco de sensibilidad de tu parte.
Pero ¿Cómo abrir las compuertas que ahora defienden a tu corazón?
Sencillamente no puedes, tu corazón de piedra se ha sellado para siempre y no hay manera de que tú o algún simple mortal, atraviese esas murallas.
Irónicamente, por allá, a lo lejos, hay uno de tantos que se separa del grupo, y se da cuenta que incluso, ese muro tiene debilidades. Que debe conocer cómo están compuestos los ladrillos y cuál fue la razón de cada uno para que, de ese modo, pueda escalar el muro, casi que, de manera forzada, casi que sin tu permiso.
Y te asombras al ver que, con ardua habilidad, comienza a trepar, no intenta destruir tus defensas, solo trata de llegar hasta lo más profundo de tu ser porque sabe, que ese muro que tu construiste con tanto esmero, merece quedar de pie.
Él sabe que solo con un esfuerzo monumental, un mortal puede de nuevo hacer latir el corazón roto que está detrás del muro.
Él sabe, que tú construiste un muro, no para no ser amada, sino para evitar de nuevo, que un pendejo de esos que buscan la entrada fácil, vuelva a lastimarte.