“Amar es querer el bien del otro”. Santo Tomás de Aquino, definió al amor en esta breve frase que oculta mucha profundidad detrás de toda su simpleza. Veamos cómo interpretar dicha definición del amor.
Cuando Tomás de Aquino comenzó a estudiar los posibles modos de definir al amor, se basó en lo que Aristóteles, Platón y otros filósofos de la antigua Grecia, ya habían planteado. A pesar de que cada uno tenga un concepto distinto, todos apuntan a lo mismo: “Querer que la otra persona, esté bien, incluso por encima de nuestro propio bienestar”.
No hay que malinterpretar el último enunciado. Cuando queremos el bien del otro, incluso, por encima del nuestro, no significa que degradamos nuestra dignidad o desconocemos nuestro amor propio. De hecho, los filósofos concuerdan en que, de no haber un amor interno o un reconocimiento de lo importante que somos, no podemos entregar amor, porque sencillamente, no hay nada dentro de nosotros que podamos dar.
Eso, consecuentemente, decae en una exigencia de amor ajeno para llenar el vacío, siendo esto una forma ilusoria de dar y recibir amor.
Para definir el amor de verdad, tenemos que tener en cuenta varios factores:
- Debemos amarnos a nosotros mismos sobre cualquier cosa.
- Debemos sentir el deseo y necesidad por el bienestar del otro.
- Debemos querer que la otra persona sea siempre mejor, no por nosotros, sino por ellos mismos.
- Debemos querer mejorar, porque nos nace entregar la mejor versión de nosotros.
- Debemos reconocer que, a pesar de que la otra persona sea importante para nuestra vida, podemos seguir viviendo y ser felices sin ellos.
- Debemos reconocer los límites. Saber qué se puede y no se puede aceptar del otro.
- Debemos amar bajo el reconocimiento de los defectos ajenos y su aceptación.
Amar de verdad, es complejo, es profundo y requiere de amor propio. Amar de verdad, no es solo la entrega plena de nuestro ser, sino también, el respeto hacia nuestra propia dignidad, porque es de adentro, que nuestro amor sincero sale para darse a los demás.