Frecuentemente, suele decirse que al orgullo puede alimentarlo el ego y a la dignidad el espíritu. Sea de la manera que sea, estas dos vías psicológicas son dos habitantes cotidianos en las complejas relaciones afectivas, y que, en ocasiones, suelen confundirse.
Por ejemplo, el orgullo, es un enemigo conocido que suele asociarse con el amor propio que tiene una persona. Sin embargo, va un paso más allá, debido a que el orgullo es un arquitecto especializado en alzar muros en nuestras relaciones, es un destructor natural de ellas. Aunque en todos estos actos destructivos, lo que se enmascara detrás de esto es baja autoestima.
Por otro lado, la dignidad es justamente lo contrario. Actúa escuchando siempre la voz de nuestro “yo” interno para afianzar lo mejor que tiene una persona, el autorespeto, sin olvidar el respeto por los demás. De aquí viene el concepto de amor propio y comienza a adquirir sentido porque se nutre de él para protegerse sin dañar a nadie, es decir, sin causar efectos secundarios, pero al mismo tiempo, validando en todo momento la propia autoestima.
La dignidad y su alto precio
La dignidad no puede venderse, ni se pierde y mucho menos se regala. Porque una derrota a tiempo siempre va a ser mucho más digna que una victoria si logramos salir completos de esa batalla, con la mirada siempre hacia arriba, el corazón entero y una tristeza que acabarán desinfectando los años y las renovadas ilusiones.
En el amor sano y digno no cabe ningún tipo de martirio ni resignación, como cuando nos decimos que todo se vale con tal de estar al lado de una persona que te ama. Porque, realmente, donde nos estamos posicionando al decir estas palabras, es en su sombre, ahí donde los días soleados no existen para nuestro corazón ni nuestras esperanzas.
Por ello, para evitar caer en estas corrientes afectivas, vale la pena que se reflexione en las siguientes situaciones, que, sin duda alguna, pueden servir de ayuda:
- En las relaciones afectivas, los sacrificios tienen fronteras puntualizadas. No estamos completamente obligados a dar respuesta a los problemas que se tienen en pareja, a ofrecerle aire cada vez que respire ni a tener que hacerte daño para que él/ella sea feliz. Recuerda cuál es el límite de todo: tú dignidad.
- El amor se siente, se toca y se construye todos los días. Si no vemos nada de esto en una relación, no sirve de nada pedirlo, ni mucho menos a esperar que suceda. Asumir que ya el amor no es correspondido, es un acto de valentía que evitará derivar en situaciones sumamente delicadas como destructivas.
- El amor nunca debería ser ciego. Por mucho que esa idea sea completamente defendida, es necesario recordar que siempre va a ser mejor idea ofrecerse a una persona con los ojos bastante abiertos, el corazón abierto y la dignidad en alto. Así podremos ser auténticos en una relación digna que realmente valga la pena, en donde la clave está en respetarse mutuamente, y que no se diga que “todo se vale” haciendo valer lo que realmente sea lógico y que jamás afecte a tu persona.
La dignidad siempre será el reconocimiento de que merecemos siempre algo mejor, porque siempre es mejor una soledad digna a una vida llena de tristeza, o relaciones incompletas en donde nuestro papel no es el principal. Así que lo recomendable es no permitir que tu dignidad quede en manos de alguien, ya que tú eres el único dueño de ella.