Después de tanto tiempo marchita, ya no tenía esperanzas de volver a florecer. Por más que busqué y busqué alguien quien pudiese hacerme sentir viva, terminé sintiéndome más sola que antes de hacer el intento.
Mis amigas no estaban ajenas a esta situación, y es por esto que cuando yo decidí desistir de la idea por estar cansada de fallar, ellas, a mis espaldas, me abrieron un perfil en una web de citas y me apuntaron para algunas.
Un día, ellas decidieron invitarme un café a un lugar súper lindo de la ciudad con la excusa de darme ánimo. Llegué un poco después de la hora pautada esperando encontrarlas a todas ya reunidas, pero me topé con que la mesa que reservaron estaba vacía.
Me senté a esperarlas un buen rato. Les llamaba al móvil y no aparecían, llamé a sus casas y sólo me decían que ellas ya habían salido hace bastante rato, así que decidí pedir una entrada para degustar mientras pasaba el tiempo. Terminando mi plato, veo que un chico se acerca a preguntarme la hora, y en el momento en que se la digo, me pregunta: “¿Tú eres la chica de la página de citas? ¿La que ama los ositos de goma y las hojas caídas en época de otoño?”
Luego de una breve pausa debida a los nervios le contesté que sí, entendiendo ya que se trataba de una trampa que me habían puesto mis amigas para reavivar mi interés en los hombres. A pesar de encontrarme molesta por el engaño, decidí invitarle a la mesa para conversar (ya estábamos allí, así que más da)
Nunca imaginé que esa sería una de las veladas más hermosas que tuve en mucho tiempo: teníamos los mismos intereses, la misma manera de concebir la vida, el mismo sentido del humor… ¡y hasta el mismo gusto en postres! Estuvimos horas allí sentados mientras degustábamos una botella de vino, sin parar de conversar. A pesar de que no habíamos cenado, no sentí el estómago vacío, aunque sí lleno de mariposas revoloteando rápidamente…
Y es que no podía creer que esa noche transcurriría de esa manera, que después de tanto tiempo iba a conocer a alguien que me volvería a inspirar esas cosas que sentí durante aquella primera vez, esa en que sin planearlo me enamoré perdidamente…
Y es que sí, sentía las mariposas, cosquilleo en mis mejillas, unas eternas ganas de reír y de sonreír, latidos rápidos de mi corazón y ganas de no separarnos desde aquella noche impulsada por mis amigas y alimentada por él y yo…
Mientras más hablaba con él, más aumentaba mi euforia y olvidaba el tiempo a grandes ratos. No podía ubicar la presencia de quienes también estaban en el restaurante porque yo me encontraba habitando el alma de quien tenía al frente, en cada palabra, en cada trazo que hacía con su copa al moverla de un lado a otro.
Y es que sus ojos eran un mar casi tan profundo como lo vi aquella primera vez, a donde me arrojé sin salvavidas, dispuesta a hundirme en el frenesí del momento. De su boca sólo salía sabiduría y sentido común, dos de las cosas que siempre me han derretido más que el fuego mismo. Y ni hablar de su físico: decir que estaba guapísimo se queda corto.
Hoy ya llevamos 5 años juntos, y cada vez que rememoro esta historia junto a él empezamos a evocar todo lo que sentimos en aquella época. Si no hubiese si do por las locuras de mis amigas, yo no estaría hoy aquí con él riéndonos de todo el hecho y disfrutando de cada gota de aquella primera vez, que como el vino mientras más añejo más agradable…