Esta carta se encuentra dedicada para ese amor de mi vida que al final nunca fue. Aún recuerdo la primera vez que nos vimos. Sabía muy bien quién eras, y tú también me conocías muy bien; pero no evitamos decirnos “un placer conocerte”. A veces, pronunciamos palabras torpes, frases vagas, sin aparente importancia, y no conocemos lo que podrán significar en el futuro. Dicen que algo tan simple como esos cosquilleos en el estómago puede hacernos ver que estamos con la persona correcta. Así fue conocerte y sentirte.
Conversar se convirtió en nuestra actividad favorita. Podíamos pasar muchas horas y nunca nos aburríamos. Y fue eso lo que en un inicio nos atrapó. Pero eso sí, teníamos muchas opiniones distintas era parte de nuestra rutina.
Había algo especial en ti, aunque no sabía exactamente que era. Quería saber por qué cada vez que pasabas a mi lado me sentía tan bien, como si llegara a mi hogar; por qué mi corazón latía tan fuerte con un roce de tu tacto; por qué mirarte a los ojos se sentía como ver al sol nacer cada día.
Muchas cosas me llamaba la atención de ti. Pero jamás supe cuál era la razón, sólo lo dejé suceder. Dejé que me enamorara de ti. Jamás podré olvidar la sensación de tu mano junto a la mía, ni el sabor de ese primer beso a escondidas, sin testigos, como dos niños que no quieren ser descubiertos. Ni esa risa nerviosa, ni las miradas sugerentes. Todo continúa intacto aquí.
Eras una parte de mí, que guardé como el más preciado tesoro. Podía conocerte, reconocía el ritmo de tu respiración, sabía cómo eran tus risas sinceras o aquellas en las que ocultabas tu tristeza, hasta podía adivinar tu pose favorita para mentir. Pero también recuerdo las lágrimas. Los falsos “te quiero” y todas las veces que te perdoné sin que te disculparas.
Siempre me sentí parte de ti. Y aunque me encontraba en un juego de ir y venir tantas veces, sabía que la que perdía era yo, sintiéndose siempre como la primera vez. Como el primer beso, como el primer abrazo donde tu corazón latía con tanta fuerza que resultaba imposible no notarlo, como las mismas mariposas al verte, como el primer te quiero, como la primera aventura, como el primer secreto, como el primer corazón roto.
Cuando supe que te amaba, nos encontrábamos distantes, y descubrí que lo que siempre quisiera de ti era esa sonrisa torpe y disimulada que no puedes ocultar cuando las cosas que en verdad te gustan. Nunca supe lo que significaba yo para ti. Si alguna vez me llegaste a visualizar en un futuro contigo. No lo sé. Sólo sé que te quise con tanta fuerza que terminé por perderte.
Decir que te amaba se queda muy corto. Pero puedo decirte que quería darte mis días y mis noches. Y no había instantes de mi vida en el que no deseara que estuvieras junto a mí. Pero no fue así. Si te fuiste o te obligué a irte son parte de las interrogantes que hoy no quiero responder. Me cansé de esperar esos “por qué” que nunca tenían una respuesta.
Ahora me encuentro en donde ya no puedes estar tú. Y tú estás en un lugar incierto, lejano y, sobre todo, en mi imaginación. En donde nadie puede salir lastimado pero tampoco nadie puede ganar, porque estás en un lugar en donde no podré alcanzarte, en donde siempre te amaré aunque nunca lo sepas pero al menos nunca me serás arrebatado.