No te despiertas un día y dices “ya lo olvidé, ya no me duele en la memoria”.
No sucede de ese modo.
No pasa en un abrir y cerrar de ojos como un acto de magia.
No ocurre tan rápido como para que no da tiempo para la reflexión.
El olvido es largo incluso cuando los amores son cortos.
Porque con el olvido se van los perdones, las necesidades y la constancia con que aparecía en tus sueños.
Olvidar, es dejar ir, lentamente.
Porque dejarlo ir no significa simplemente, decir adiós.
Dejar ir, significa desprender un pedazo del alma, ese que aún parece que le pertenece.
Dejar ir, es aceptar que él o ella, hacen su vida al lado de otra persona que los hace felices.
Dejar ir, es dejar entrar una nueva oportunidad.
Así lo dejas ir, sacándolo de la memoria y el pecho.
Apostando por un futuro mejor donde ya no te lo nombres cada vez que pasas por el lugar que frecuentabas a su lado.
Confiando en que mañana, tendrás un nuevo aroma preferido que evoca deseos y que, quizá,
También debas empezar a olvidar pronto, porque eventualmente, parece que debemos dejar ir todo, muy lentamente.