Hace días que perdí al amor de mi vida. Fueron 3 años de mucho cariño, comprensión y uno de los aprendizajes más increíbles que he podido retener en mi corazón. Y me encantaría compartirlo contigo.
Los seres humanos vivimos el amor de muchas y diferentes maneras. El nuestro fue aquel que va muy rápido, que nos lleva a no darnos el tiempo para reflexionar, pensar y sentir. Cada día que pasaba era más consciente que lo nuestro era muy bueno para ser verdadero. Y eso era lo que los dos pensábamos.
En el trascurso que pasaban los días pensábamos ambos en un sentimiento lleno de belleza y pureza. Estábamos completamente cegados por la emoción de haber hallado algo tan valioso y único. Ese sentimiento nos llevó a nunca cuestionarnos si estábamos llevando las cosas bien entre nosotros, si realmente éramos el uno para el otro o por lo menos compatibles. De esta forma nunca logramos valorar lo que teníamos y por eso rendirnos nos dolió más.
Éramos capaces de volar y ser para siempre. Cada vez que nos encontrábamos, los abrazos, besos y minutos de nuestro amor lo sentíamos como si fuera la primera vez.
Con tan solo una mirada sentía que estaríamos unidos para toda la vida. Cuando te conocí en solo un par de horas, comenzamos un camino sin separarnos. A veces creo que seguramente ese pudo ser nuestro gran error: descuidar tanto lo que teníamos, no detenernos en cada momento y no conocernos con mayor profundidad.
Es verdad que cuando te encuentras en un momento perfecto, todo te da igual. Estaba segura que nos manteníamos juntos con un lazo único y mágico. Una unión tan maravillosa que me llevaba a querer continuar a todas partes, y lo mismo te pasaba a ti. Con este sentimiento construiríamos nuestra vida cada uno sin que nos importara nada más. Y empezamos nuestra historia a toda velocidad.
Tanto así que chocamos y colisionamos el uno con el otro en nuestra propia realidad. No nos conocíamos lo suficiente y el tiempo a solas comenzó a dolernos. Así no supimos empatizar y comprender al otro, aprender por el camino. El error que nos llevó a no saber realizarlo.
Y entonces sucedió. Fue cuando pudimos entender que no éramos el uno para el otro como sentíamos y creíamos. Tan solo me di cuenta que no era mi persona quien tenía que acompañarte el resto de tu vida, ni tu tal vez la mía.
El dolor de sentir que no sabía complacerte, que no éramos compatibles o ser tan distintos solo nos llevaba a no comprendernos. Inundarnos en sentimientos negativos que ya no tienen un lado positivo. Todo eso nos conllevó a no querer estar juntos, ni físicamente ni emocionalmente. Creemos que nuestros cuerpos era solo lo que nos unía. Nuestros corazones ya no sentían esa necesidad, la necesidad de estar juntos, llenos de paz.
La tristeza que sentíamos desde hace ya muchos días se convierto en algo inmenso, desarrollando una barrera llena de profundidad. Nos dividió. Ya no soñábamos una vida juntos, y nuestros deseos empezaron a llevar senderos diferentes. Me sentía extremadamente vacía. La rapidez fue nuestro verdugo, acelerando nuestro tiempo y amor. Una relación que expiro y me llevó a rendirme, a no continuar intentándolo. A no pensar que te fueras tú también, que se terminara nuestro cuento de hadas y preciosa historia.
Se dice que cultivar el amor es lo más sencillo de hacer en nuestras vidas. Pero no supe cómo realizarlo. Me rendí y fui cobarde. Te dejé volar. Y tú a mí. Pero continuamos mirando al cielo porque supe darme cuenta que nuestro amor no tenía un fin.
Estoy segura que en otra parte, en otra vida o tal vez en otro cuerpo nos volveremos a hallar y podamos amarnos de verdad. Aprender juntos, entendernos, empatizar, gozar y compartir una amistad. Y algo más.
Desearte lo mejor para siempre volar. Siempre te encontraras en mi corazón, en el cual no dejarás de aletear.