Tuve que superar muchos obstáculos y pasar muchas penurias para poder llegar a donde estoy ahora. Aprendí muchísimo de mí y de los demás, y entendí que hay cosas que simplemente no se darán nunca y otras que sí, y por ellas luché y me mantengo luchando.
Ahora ya soy libre de amarme como siempre he debido: sin reservas, sin las ataduras ni prejuicios del pasado y sin importar lo que los demás me digan, pues la persona más importante de mi vida soy yo.
Al principio fue complicado, pero todo empezó cuando dejé de criticarme tanto al punto de anular todo lo bueno de mí. Miré más allá de lo negativo y me encontré con características propias que me sorprendieron por lo bellas que son, y entendí que debo ver aquello en lo que no soy tan buena siempre en función de mejorarlo.
Luego de haber dejado atrás los lastres de la autocrítica destructiva, empecé a pararme frente al espejo para repetirme en voz alta todo lo bueno que veo en mí. Tomé lo mejor de mi personalidad y lo introduje en frases con las que empezaba mi día para hacer entender a mi cerebro que no todo gira en torno a los puntos débiles de mí ser.
Hacer esto me permitió reconocer mis logros, y como consecuencia empecé a darme todos los premios que siempre esperé de los demás y que nunca recibí. Entendí que ya era hora de tomar las riendas de mi vida y me felicité por ello.
A medida que fui conociéndome más y más, comprendí que mi cuerpo es el asiento de quien soy, así que me dediqué a mejorar mi salud a través del control médico, la alimentación saludable, dormir lo suficiente y ejercitarme con regularidad. A medida que fui tomando conciencia de ello, aumentó mi energía y buen humor. Aunado a eso, ¡empecé a rebajar tallas y a verme más guapa!
Hoy puedo decir que logré amarme plenamente y a diario me encuentro alimentando ese sentimiento para que no perezca. Lo había pospuesto demasiado, y un día sólo me decidí a emprender el camino a valorar a la única persona que me acompañará a diario hasta la muerte: yo.