Es cierto, el sufrimiento no es propio del amor puro.
Alguien que ama, no debería sentir ningún tipo de dolor.
Lo hiriente, se hace escaso entre los brazos de quien amamos.
Y lo tortuoso, se acalla entre el sonido de los “te quiero”.
Sí, amar con dolor es ilógico.
Amar con dolor no es bueno para el alma.
Porque cuando el amor duele, es silencioso, es íntimo y nos quita el sueño.
¿Quién no ha tenido un amor que quite el aire del pecho, que desespere y que dé vueltas en el estómago provocando nauseas?
Pero hay excepciones.
Hay amores que duelen, que lastiman rico y dañan sabroso.
Esos amores que desprenden las cuerdas del pecho cada vez que no tenemos a esa persona especial a nuestro lado.
Esos amores que duelen cuando sentimos celos, porque, aunque no digamos nada, por dentro nos hierve la sangre al ver que sonríes con tus amiguitos.
Pero guardamos el dolor, porque superponemos la confianza que tenemos en el amor que hay entre ambos, para entender que una risa, o una mano en el hombro o un beso en la mejilla de alguien que no eres tú, no significa nada.
Porque ella se ocupa de apaciguar el tormento dándote su corazón, para que en él deposites toda la rabia y el cariño, todos los celos y la confianza, todas los dramas y sueños por realizar a su lado.
Entonces, ama hasta que te duela, pero sabiendo que, para todo el dolor, ella siempre va a ser la cura.