El silencio es el mayor reflejo de la indiferencia. Y la indiferencia es la forma más cruda y dolorosa de hacer que el amor de otra persona hacia nosotros, se extinga. Es ahí, en ese silencio, que las dudas sobre si nos quieren o no, nacen y se expanden por todo el corazón y la mente, haciéndonos confundirnos y ahogándonos en un mar de dilemas.
El silencio es tortuoso y no se le desea a nadie, pues, peor escuchar algo que despeje las dudas a escuchar el silencio y que se cree un nido de dudas en la mente.
Hay que ver a la indiferencia como un signo de que algo mal estamos haciendo. No se puede tomar a la ligera y si respondemos a la indiferencia con más indiferencia, entonces no se llegará a nada bueno. Esto también es un reflejo del orgullo, cuestión que hay que dejarla de lado si amamos de verdad a la persona que tenemos al lado.
Debemos comunicarnos, incluso para decir una verdad dolorosa. Es mejor una verdad que duela a un silencio, pues, las verdades no dejan espacio para malas interpretaciones y los silencios dejan un universo entero de posibles escenarios que crecen en la mente, haciéndonos preguntar ¿Qué hice mal? ¿Por qué no dice nada? ¿Qué le habrá sucedido? ¿Ya no me amará? ¿Me ocultará algo? Y un sinfín de preguntas.
Recurre al silencio y a la indiferencia solo cuando estés completamente segura de que la otra persona no merece ni una sola palabra y explicación que salga de tu boca.