Esa oscura noche, al darme el médico de guardia la noticia, sentí las sensaciones más horribles que mujer alguna podría sentir. Pensé en nuestro bebé que estaba a punto de nacer, pensé en lo que haría de ahora en adelante, en el reto de criar a un niño sin la presencia de su padre, en todo lo que íbamos a construir juntos, en lo que pudo ser y no fue…
El destino te arrebató de mí tempranamente. Tres años atrás apenas nos habíamos conocido en aquel parque: Tú vestías de camisa azul y corbata morada, tan elegante y casual como solías hacerlo. Yo, por mi parte, vestía un corto vestido rosado que resaltaba mis curvas intencionalmente. Y es que, por alguna razón desconocida, ya quería entregarte mi vida entera. Y así fuimos transcurriendo, cita tras cita, hasta que el primer beso llegó, y lo demás es historia…
Me presentaste como tu novia frente a tu familia y tus amigos. Lo que vivimos a partir de ahí fue inolvidable, y me parte el alma recordar: noches interminables haciendo el amor en nuestro nido de confidencias, paseos incontables a la montaña, la playa y al parque. Te convertiste en mi mejor amigo, mi compañía, mi todo.
Pasó el tiempo y los años. Decidimos dar el siguiente paso y nos pareció que lo más conveniente era mudarnos a aquel barrio del centro de la ciudad por el que tantas veces solíamos pasar. Era fantástico estar en el centro de todo, con el trabajo a la vuelta de la esquina y siempre tú presente, acompañándome, guiándome…
Un día, recibí la noticia que marcó nuestro caminar juntos: estaba embarazada. Al principio, resultó una gran sorpresa puesto que no estaba en nuestros planes concebir aún, sin embargo, tomamos a ese ser como fruto de nuestro amor y lo abrazamos, decidimos darle la posibilidad de nacer y permanecer a nuestro lado.
Me creía la mujer más afortunada de la tierra. Finalmente se harían realidad todos mis sueños a tu lado. Tendríamos una familia, un hogar y todo un futuro por delante. Pero el destino tenía otros planes para los dos…
Ese día te despediste dulcemente, me diste un tierno beso al dejarme en el trabajo y seguiste tu camino al tuyo. Y así continuaste, prudente y conservador al volante, hasta que se atravesó ese camión en tu camino, ojalá lo hubieras divisado a tiempo…
El médico me comentó que no sufriste, que tu fallecimiento fue instantáneo. Dios Todopoderoso tuvo la gracia de no hacerte sufrir y te llevó consigo en la flor de tu juventud, en tus 25 tiernos. Se llevó al amor de mi vida, a mi todo, a mi príncipe, a mi protector, al padre de mi hijo, mi felicidad entera.
Dos años han pasado desde entonces y nuestro hijo está sano y vigoroso, con esa mirada de vida que caracteriza a los niños de esa edad. Me recuerda a ti y sé que hará valer tu apellido. Hice las paces con el destino y acepté que te perdí. Pero algunas veces me aborda la tristeza y el llanto, como hoy, a dos años de tu muerte…