La manipulación es una forma de chantaje emocional. Se pone en marcha una conducta para inducir al otro a que piense, sienta o actúe, sin darse cuenta, de la forma en que el manipulador quiere que lo haga.
Y ese es precisamente el gran problema de la manipulación: se trata de una conducta encubierta, que no siempre es detectable para quien es víctima de ella. De ahí que muchos muerdan el anzuelo y terminen permitiendo que los manipuladores se salgan con la suya.
“El instrumento básico para la manipulación de la realidad es la manipulación de las palabras. Si tú puedes controlar el significado de las palabras puedes controlar a la gente que utiliza esas palabras.”
Te hacen sentir culpable y no sabes por qué
Un maestro de la manipulación acude a la victimización constantemente. Es muy probable que tengan un “trauma tipo comodín”, es decir, algún episodio difícil de su vida que siempre expone como justificación para lo que hace de manera incorrecta.
Si, por ejemplo, les reclamas por su falta de consideración, te responden diciendo algo como “Tú te enojas porque no soy detallista, pero yo tuve que soportar un padre que me abandonó cuando tenía tres años.” Así te desarman. ¿Quién va a ser tan insensible como para hacerle reclamos a alguien que trae encima semejante trauma? Así es su juego.
Te amenazan con sutileza
Amenazar indirectamente es una de las tácticas más recurrentes entre los manipuladores. La han usado y la siguen usando desde los grandes líderes hasta los pequeños tiranos domésticos, pasando por los avezados publicistas. Esta táctica consiste en prever el peor desenlace posible, como consecuencia de alguna de tus conductas.
Si algo detestan los manipuladores es la comunicación directa. “No te dicen perro, sino que te ofrecen un hueso”, dice el adagio popular. Por lo general utilizan el sarcasmo para ridiculizarte o minimizar el valor de tus pensamientos, sentimientos o acciones. El manipulador quiere que los demás se sientan inseguros e inferiores.
Un ejemplo de esto es cuando te envían un mensaje aparentemente amable, pero que encierra un contenido bastante agresivo: “Tal vez si leyeras un poco más podrías tener amistades más selectas”. Traducido quiere decir: “Eres una persona inculta y por eso tus amigos son unos pobres diablos”.
Casi siempre son encantadores
Los manipuladores típicos saben que “al caballo se le acaricia para montarlo”. Normalmente comienzan su faena mostrándose agradables y maravillosos. Te llenan de halagos y dan muestras de tener gustos exquisitos, conversación súper entretenida y gran “sensibilidad” frente a tus expectativas.
Ese es el primer acto. En el segundo acto, las cosas comienzan a cambiar. Cuando ya te tienen convencido de lo buenas personas que son, pasan a cobrarte con manipulaciones todo ese despliegue de encanto.
Se autoproclaman jueces de tu vida
Sin saber cómo, de pronto el manipulador se convierte en una especie de “guía espiritual” para tu vida. Son extremadamente hábiles diciéndoles a los demás cómo deben vivir, aunque ellos mismos no pongan en práctica todo aquello que pregonan.
Te dan consejos o te exponen grandes máximas filosóficas. Te indican lo que debes hacer, paso por paso. Si no resulta, te culpan a ti. Él te dijo lo que debías hacer, allá tú si no seguiste al pie de la letra las indicaciones que tan generosamente te ofreció.
Un buen amigo, un buen consejero, no te dice lo que debes hacer. Más bien te ayuda a que tú lo descubras, porque cada quien es diferente y la respuesta que es válida para “A”, quizás no lo sea para “B”. Quien te quiere bien, te quiere libre, no dependiente.
Son hábiles para hablar y también para cambiar de tema
Los maestros de la manipulación suelen ser también maestros en el arte de la palabra. Utilizan discursos floridos y fluidos. Tienen siempre a mano algún argumento sorpresivo o ingenioso, aunque se base en la mentira.
Si te ridiculizan, diciéndote por ejemplo “Con ese vestido te ves como un pingüino” y te molestas, enseguida añadirán “Lo siento, no pensé que fueras tan sensible a las bromas”. Sí o sí, ellos ganan siempre. Son unos magos para hacerse los tontos.
Si los confrontas, probablemente no te responden. Desvían la conversación hacia otros temas y cuando menos te das cuenta, están hablando de asuntos que nada tienen que ver con lo que le reclamaste inicialmente.
“Voltean la torta” con facilidad
“Voltear la torta” quiere decir que ellos rompen el vidrio, pero eres tú quien termina pagándolo y ofreciendo excusas. Un ejemplo muy clásico de esto es el marido al que su mujer ha pillado siéndole infiel.
Cuando la mujer saca la factura del motel que encontró en uno de sus bolsillos, él se enfurece y le reclama por vigilarlo y por fisgonear en sus objetos personales. Le lanza una larga perorata sobre la importancia de la confianza en una relación y sobre el respeto de los espacios.
Al final, la mujer se siente tan equivocada que termina pidiéndole perdón por ser tan “controladora” y el tema de la infidelidad acaba pareciendo un malentendido que jamás habría tenido que producirse.
Fuente: Rincón del Tibet